Leo hoy que lo que ahora está de moda para luchar contra el estrés y encontrar la paz y el equilibrio es abrazar vacas. La gente en Inglaterra paga 60 libras por pasar un rato en una granja abrazados a una vaca, a la cual, supongo, alguien habrá tenido antes que domesticar. Yo a veces no distingo bien una vaca de un toro ( hay vacas muy bravas) así que, cuando lo pienso me da miedo.
Dicen que la temperatura corporal de las vacas es más alta que la nuestra y que tienen un pulso más bajo, por eso acurrucarse a su lado hace que te sientas muy a gusto. No dicen nada del olor.
Otros abrazan caballos. Un caballo, así a priori, lo veo más amigable. Dicen que los caballos son sensibles y que pueden sentir tu tensión o tu tristeza y "que reaccionan sin juzgarte". Me tranquiliza no ser juzgada por un caballo. Lo que no estoy segura es si vale abrazar a un pony o a un burro. Un burro parece menos "cool" aunque resulta muy navideño.
Hay quien abraza árboles. Lo probé hace poco y no sentí gran cosa. Además hay que tener cuidado porque si lo abrazas muy fuerte es malo para el árbol y no se si encontrarás la paz pero a lo mejor hasta te cae una multa.
Es curioso ver las maneras tan distintas y a veces tan complicadas que algunos tienen de buscar la paz interior mientras que a otros les basta con mirar el fuego de una chimenea, escuchar el sonido del mar, disfrutar de un atardecer, o sentarse ante un altar.
Una amiga hace poco me dijo que sus mayores momentos de paz los alcanza cuando hace yoga a 45 grados de temperatura. Sólo de pensarlo me mareo, pero la práctica tiene muchos adeptos así que algún efecto debe surtir. Otra amiga, para encontrar el equilibrio, necesita enfrentarse a pruebas de extremo rendimiento y corre maratones por el Sáhara y cosas así. Yo, que no me veo capaz ni de correr hasta la esquina, cuando me lo cuenta me siento un ser inferior. Luego se me pasa.
Hace unos días vi la película Libres sobre la vida monacal. Me encantó. Varias frailes y monjas de clausura cuentan sus vidas. Todos ellos transmitían un enorme sosiego. Sentí ganas de experimentar algo parecido. Parece que, de momento, lo de hacerme monja de clausura no va a poder ser por una serie de razones que no vienen al caso.
Me fascina la gente que transmite paz. Ojalá pudiese tenerlos siempre cerca. De la misma manera, intento huir de los que me la quitan, pero es prácticamente imposible, porque me acechan. Como no puedo escapar de los raptores de paz, lo que debo hacer es protegerla muy bien, cuando la tengo, porque a menudo la pierdo. Construir a su alrededor un muro resistente que cueste derribar. Estoy buscando las mejores herramientas para hacerlo. Dudo que abrace vacas, suba al Himalaya o corra maratones pero vaya por delante mi admiración para aquellos que de un modo u otro logran alcanzar la paz en este mundo frenético. Tiene su mérito.
Feliz semana!