Hoy he vuelto a la oficina y mi sensación es de nostalgia. Añoro el confinamiento, el de los primeros momentos, el confinamiento en su estado más puro. No me refiero a este estado intermedio e indefinido en el que nos encontramos ahora en el que uno no sabe bien a qué atenerse, porque lo mismo te sientes libre que transgresora, prudente que atrevida, responsable que timorata. Lo que yo echo de menos es tenerme que quedar en casa por obligación. Asi,categóricamente.
En estos meses, al más puro estilo freudiano, he descubierto un "yo", que no conocía antes de mi misma. Un yo casero, tranquilo, paciente, acomodaticio, obedediente, reposado, prudente, natural, comprensivo, hasta un punto introvertido. Un yo que me ha encantado descubrir, que seguramente estaba latente, agazapago desde hace años tras mi yo más social sin atreverse ni siquiera a asomarse. Y ahora tengo miedo a que ese yo vuelva a desaparecer.
Porque ese yo, aunque cueste creerlo, era un yo libre, sin ataduras, sin compromisos, sin idas y venidas, un yo menos esclavo. Un yo que se levantaba y no debía plantearse todo lo que hacer en el día porque su única opción era quedarse en casa y tan contento lo asumía. Un yo que no corría, que no llegaba tarde, que no andaba siempre con prisas, que no cancelaba, que no iba con la lengua fuera, un yo al que nadie esperaba, que no necesitaba tacones para sentirse mejor.
Y es que, como dice mi querida amiga Aica, la libertad es a menudo un arma de doble filo. Ser libre implica elegir, tomar decisiones, elegir a qué y a quien quieres dedicar tu tiempo. Ser libre es un ejercicio de responsabilidad y a menudo también implica por supuesto equivocarse.
Quizá lo ideal sería encontrar el punto intermedio. Ay, si fuera tan fácil! Pero, ¿quién encuentra ese punto de equilibrio? Me temo que pocos. Cabe el riesgo de que en unos días mi yo confinado haya desparecido, pero, siendo optimista, también tengo la oportunidad de dejar que mi nuevo yo conviva con el yo de siempre, que le aconseje, que le asesore y que incluso a veces le gane la batalla, lo cual, por cierto, implicaría no tener que andar siempre por la vida como pollo sin cabeza.
Feliz semana!!