Hasta hoy no
me había atrevido a contárselo a nadie. Pero este verano me ha pasado una cosa
muy misteriosa. Cada tarde, a la hora de
la siesta, en mi cama aparecía una gorda. Tal cual, una gorda completamente desconocida.
Una gorda como las de Botero. Inmensa, desparramada en mi cama.
Siempre aparecía en el mismo momento. Justo
cuando me debatía entre dejarme llevar por el sopor más absoluto y abandonarme
definitivamente al sueño o levantarme de un salto para irme a la playa. En ese
instante, aparecía la gorda indolente mirándome con ojos de cordero degollado y
yo claro, me quedaba inmóvil. Porque al principio me daba miedo. ¿Que hace ésta
en mi cama? Pensaba yo.
Pero a
medida que sus apariciones se iban repitiendo, le fui perdiendo el miedo y me
acostumbré a su presencia. A veces también aparecía por la mañana. Sonaba el
despertador que me había puesto para salir a caminar por la playa y al girarme
para apagarlo, ahí estaba la gorda de nuevo. Henchida, rellenita, comodona,
ocupando bien su espacio, o más bien el mío. Yo de nuevo me quedaba quieta sin
atreverme a mover un músculo y al final no salía a andar, impactada con
aquella presencia. Hasta que la gorda desaparecía, yo no me atrevía a levantarme
de la cama.
Otras veces la gorda aparecía a la hora del aperitivo en la playa. Sentada en una silla
en el chiringuito, repanchingada, plena, rebosante, desbordada. Nadie la veía,
sólo yo, pero ahí estaba y su presencia me impedía irme a casa a comer, a pesar
de tener la comida esperándome. Mejor me quedo, pensaba yo, y le seguía dando
al tinto de verano inhibida por aquella presencia tan perturbadora pero que
cada vez me resultaba más agradable.
Al final me
acostumbré a su presencia y le tomé cariño. Me gustaba tenerla conmigo a veces.
Pero de
repente mi gorda ha desaparecido. Hemos llegado a Madrid, ha empezado septiembre y he dejado de verla. La echo de menos. Desearía
tenerla a mi lado de vez en cuando, lo reconozco, pero ya no está.
Y entonces he caído. Mi gorda era aquella
maravillosa y deliciosa pereza que invade los días de verano, cuando las
obligaciones desaparecen, cuando no hace falta despertarse si no quieres,
cuando puedes seguir durmiendo la siesta si es lo que te apetece, cuando no hay
horarios ni imposiciones, cuando los aperitivos se alargan, cuando las sobremesas
son eternas, cuando un tinto de verano te lleva a otro, cuando cada uno lleva su
ritmo y no el del jefe, cuando nada es obligatorio… Bendita pereza veraniega cuánto
te echo de menos!!!!!!!!!!!!
Feliz semana!!