En estos últimos días he tenido dos sueños que no consigo quitárme de la cabeza. En uno sentía sobre mí, mirándome fijamente, un espíritu tan real que de verdad tiendo a creer que alguien esa noche velaba mi sueño. Cuando me desperté sobresaltada grité un nombre que ahora soy incapaz de recordar. El espíritu se esfumó y yo noté perfectamente cómo se desvanecía. El otro sueño es menos confesable por aquí pero digamos que me ha trastocado tanto o casi más que el primero.
Es curioso ese primer minuto nada más despertar de un sueño. Un minuto en el que deseas seguir soñando para siempre o agradeces aliviado el haberte despertado.
Esos minutos sin darnos cuenta son algunos de los instantes más cargados de emociones de toda nuestra existencia. Sin embargo, son instantes que nos pillan prácticamente dormidos y que la mayoria de las veces se escapan fugaces sin poderlos retener.
En ese primer minuto que sigue al despertar eres capaz de recordar con excatitud las sensaciones del sueño, vives aún entre dos dimensiones. Si en ese momento nos diesen la opción de elegir entre seguir soñando o seguir viviendo, estoy segura de que muchas veces elegiríamos lo primero. Pero no hay opción. Toca vivir, toca despertarse.
Pienso a menudo en ese primer minuto de mucha gente, después de soñar que están sanos, que la persona a la que tanto echan de menos sigue viva, que siguen teniendo lo que perdieron, que viven en paz.
Recuerdo una vez, siendo muy pequeña, que me cortaron mucho el pelo y me llevé un disgusto enorme porque me encontraba espantosa con el pelo corto. Pasé el dia dando vueltas a cómo podía hacer crecer más rápido mi pelo. Al día siguiente cuando me desperté lo primero que hice fue tocarme la cabeza esperando confiada que todo hubiera sido un sueño y que mi melena larga siguiese conmigo, pero no era así. Qué decepción. Qué tiempos aquellos en los que el gran disgusto era un corte de pelo.
Sensu contrario, qué alivio más grande provoca el despertar de una pesadilla y darte cuenta de que no es verdad, que sólo era un sueño. Esa alegría que se siente al despertar de una pesadilla es tan pura y tan intensa que merecería ser embotellada para poderla descorchar de vez en cuando.
Dicen que somos nuestros recuerdos. Estoy de acuerdo. Nuestros recuerdos marcan nuestro comportamiento y nuestra actitud frente a la vida. Pero no infravaloremos el peso de ese primer instante que sigue al despertar de cada día. A veces su gestión exige verdaderas proezas diarias y forja sin duda los caracteres.
No quiero ni imaginar lo que debe ser despertarse y descubrir que la guerra no es una pesadilla. Y sin embargo, ser capaz de no venirte abajo, armarte de valentía y lanzarte a luchar por tu país y por los tuyos. Mi más profunda admiración por todos los ucranianos.
Feliz semana!