Paseando ayer por la playa con mi querida amiga Ana, me soltó una frase de ésas que a veces suelta ella. La felicidad es una manta muy pequeña, me dijo. La comparación es simple pero realista. A veces, la felicidad parece un edredón inmenso, mullido, gozoso, de esos con los que podría arroparse una familia entera y aún así arrastra por los lados de la cama. Pero otras veces, qué poquito tiempo te cubre entera. Cuando te tapas la sientes sobre tí, ligera, cálida, confortable. Te quedarías cubierta por ella para siempre y sin embargo, de repente, te mueves y un brazo se te escapa por arriba. Tiras de la manta para volver a cubrirte entera y lo que se te escapa entonces es el pie. Y ya no hay forma de conseguir que la manta te cubra de nuevo por completo, por muchas vueltas que des y posturas que adoptes. Es como si la manta hubiese encogido de pronto. Y no vale cambiar de manta. Al revés. Más bien se trata de seguir sintiéndote arropada aunque...
Escribo sobre la vida. Reflexiones, pensamientos, ideas que cruzan por mi mente, viajes, anécdotas, aventuras...