jueves, 30 de agosto de 2018

Mi manta de verano


Paseando ayer por  la playa con mi querida amiga Ana, me soltó una frase de ésas que a veces suelta ella. La felicidad es una manta muy pequeña, me dijo.

La comparación es simple pero realista.  A veces, la felicidad parece un edredón inmenso, mullido, gozoso, de esos con los que podría arroparse una familia entera y aún así arrastra por los lados de la cama. 

Pero  otras veces, qué poquito tiempo te cubre entera. Cuando te tapas la sientes sobre tí, ligera, cálida,  confortable. Te quedarías cubierta por ella para siempre y sin embargo, de repente, te mueves y un brazo se te escapa por arriba. Tiras de la manta para volver a cubrirte entera y lo que se te escapa entonces es el pie.  Y ya no hay forma de conseguir que la manta te cubra de nuevo por completo, por muchas vueltas que des y posturas que adoptes. Es como si la manta hubiese encogido de pronto. Y no vale cambiar de manta. Al revés. Más bien se trata de seguir sintiéndote arropada aunque sólo te cubra la tripa. Después de todo, es tu manta.


Tampoco vale quererse arropar con el edredón de otro. Te puede hacer un hueco, un día, un rato, pero cada uno tiene su mantita y por pequeña que parezca nunca debe despreciarse.

Por eso, cada vez estoy más convencida de que cuando la manta  te cubre casi casi hasta arriba (la punta de la nariz se suele quedar fuera siempre) hay que ser muy consciente de ello y disfrutarlo a tope.. 

Porque la tendencia, cuando uno está bien arropadito,  es  adormilarse rapido, dejarse llevar por el confort, pero entonces  corres el riesgo de no disfrutar lo suficiente del momento.

Este verano, a pesar de que no todas las circunstancias eran lo favorables que me hubiera gustado que fueran, he tenido la suerte de ser feliz . Tapadita bajo mi manta me he puesto a contar los nudos que la componen y me he dado cuenta que cada uno de ellos por si solo considerado es simple, pequeño, pasaría casi inadvertido, pero sin embargo, tejidos todos los nudos con simetría y acierto qué gran manta han compuesto. Una manta colorida, alegre, calentita,  suave... una manta maravillosa. No quiero tirar mucho de ella porque ahora me cubre casi entera, pero me da miedo que cuando menos me lo espere  se me escape un pie o una mano.

Entre tanto me dejo arropar por mi manta, disfruto del calorcito que me da, trato de acariciar cada nudo que la integra y si hace falta, cobijo bajo ella a todo el que me quiera acompañar.

Feliz semana!!

jueves, 16 de agosto de 2018

Viaje a La Rochelle

Lo reconozco. Soy fan absoluta de Francia. Cuanto más la conozco más me gusta....

Acabamos de llegar de La Rochelle y una vez más, el viaje ha superado mis expectativas que ya eran altas de por sí..


La Rochelle es una ciudad preciosa.  Es la capital de la región Charente Maritime, una ciudad medieval a orillas del Atlántico y cargada de historia.  Su puerto, dominado por sus famosas torres, la tour de San Nicolas y la tour de la Chaîne, ambas del siglo XIV, es una maravilla. Y pasear por su centro histórico es un placer. Calles con arcadas, como la rue des Merciers, donde estaba nuestra casa, plazas llenas de encanto, tiendas ideales, cafés, terrazas...





Todo rezuma clase y elegancia en La Rochelle. Además, es una ciudad llena de vida y más en pleno verano, claro.. Por la noche el puerto está lleno de gente, hay espectáculos y música en la calle, mercadillos...   Puedes tomarte en cualquier sitio un vinito de la región, unas ostras, unos riquísimos "moules" acompañados con patatas fritas, tan típicos de esta zona, o un crêpe o un helado en la famosa heladería Ernest, donde siempre hay  cola pero que merece la pena porque tiene helados riquísimos y muy especiales.  Muy recomendable también el barrio de San Nicolas, con mucho encanto y más tranquilo que el bullicioso puerto.



Y por la mañana, no hay que perderse el fantástico mercado en la plaza del mismo nombre, o sea, la Place du Marché, con productos de todo tipo perfectamente ordenados como si de una exposición de se tratara. Una estampa de lo más colorida.





Y después de visitar el mercado... un café y un croissant.. Los croissants franceses, de esos que se deshacen en la boca, me parecen de las cosas mas irresistibles de este mundo. Claro que una buena tartellete au citron tampoco anda muy lejos... Uhmmmm.

La Rochelle es un punto de partida estupendo para hacer mil excursiones por  la zona pero nosotros nos hemos centrado en la idílica Ile de Ré, unida a La Rochelle por un largo puente sobre el Atlántico...



La Ile de Re es un remanso de paz. Un lugar con una luz especial, unas playas preciosas, que cambian de fisonomía en función de la marea,  y unos pueblos  impolutos que son la esencia del mas puro chic francés, cosa que a mí me encanta. Pueblos como St Martín en Ré, Ars en Ré, la Flotte o La Courde, a cuál mas bonito. Si me dan a elegir no sabría con cual quedarme. Son pueblos pequeños, con casas blancas de ventanas verdes o azules, malvarrosas en cada rincón y pequeños puertos encantadores.










Además, en la Ile de Ré todo el mundo va en bici. Hay rutas para ciclistas que recorren la isla y te permiten descubrir campos de viñedos, granjas de ostras, salinas, marismas, bosques .....  Porque a pesar de ser una isla muy plana, sin una sola montaña,  la isla de Ré tiene un paisaje  muy variado. Y además, como sólo tiene 30 km de largo es muy fácil recorrerla entera. Planazo cien por cien recomendable.



Otra cosa que merece la pena es subir al Phare des Baleines, el Faro de las ballenas, un icono de la isla. La vista desde lo alto ( 57 metros) es espectacular.







Y por último, Burdeos. ¡Qué pedazo ciudad! Ya me habían advertido que era como un París en pequeño y es verdad..   Es una ciudad imponente, a orillas del río Garonne, uno de los ríos más importantes de Francia.   Hay muchas cosas que ver, de hecho, está declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, pero en dos días, que es lo que estuvimos nosotros, puedes pasearla tranquilamente y descubrir algunos de sus principales tesoros, como la preciosa Place de la Bourse, la Catedral de San Andrés, de estilo gótico, impresionante, el Gran Teatro, el Puente de piedra, sus jardines, sus muelles, o las 6 preciosas puertas medievales que bordean el centro histórico de la ciudad..




Además, como La Rochelle, Burdeos también es una ciudad animadísima, llena de vida en las calles por el día y por la noche, sobre todo en barrios como St Pierre o Chartrons, llenos de restaurantes y terrazas. Porque, como en toda Francia, en Burdeos se come de cine y se bebe aún mejor ( el famoso vino de Burdeos!). En fin, que es una ciudad que merece una escapada. Está muy cerca y es espectacular.



Espero, con la cantidad de adjetivos superlativos y "supersónicos" utilizados en este post y que harán las delicias de mi amigo Toni,  haber logrado transmitir mi entusiasmo por esta zona de Francia que tantas ganas tenía de conocer y a la que ya estoy deseando volver..

Aunque sin duda, como en todos mis viajes, lo mejor... la compañía!!!


Vive la France y viva mi familia!!

Feliz verano!!