lunes, 30 de septiembre de 2024

Con chándal y a lo loco

Ayer hablaba con una amiga sobre estos días de final de septiembre en los que una no sabe qué ponerse. "Ropa de entretiempo" te recomiendan. Qué lío. Una no sabe si ponerse el abrigo o seguir con tirantes. Por la mañana te congelas y por la tarde te asfixias. Mi amiga en cambio, práctica y resolutiva, lo tenía claro. "Lo mejor es ir en chándal". Yo la miré atónita. Pensé que estaba de broma. Es una persona que suele vestir bien y que además se gasta mucho dinero en ropa. No me atrevi a responder y me quedé pensativa. 

El chándal ha ganado la batalla al buen gusto. No hay más que mirar a nuestro alrededor. Hoy en día el chándal campa a sus anchas. Hasta las colecciones de los diseñadores de alta costura incorporan chándales. Chándales sofisticados y lujosos pero chándales al fin y al cabo.

Habrá quien me tilde de "pija", de anticuada o de "demodée ". Me da igual. Pero no tengo chándal y creo que nunca lo tendré, aunque quién sabe, no digas nunca de este agua no beberé. Para hacer ejercicio uso unas mallas y una camiseta, ambas del pleistoceno.

El chándal es, o más bien era, una prenda para hacer deporte. A partir de ahí, desconozco las razones que le han llevado a posicionarse como una prenda indispensable en el armario de casi cualquiera ( y digo casi porque espero y confío en que aún queden personas "de mi especie".)

Supongo que habrá gente que lo lleve por pura comodidad, o incluso vaguería. "No hay mejor moda, que la que acomoda" defienden algunos. La gente viaja en avión en chándal, va al supermercado en chándal, pasea al perro en chándal, va a la playa en chándal. Por no hablar del chándal para teletrabajar. Muy cómodo.

La realidad, una vez más, supera la ficción. Ahora hay chándales de Gucci, de Prada, de Versace, hasta de Chanel. Me pregunto si iconos de la elegancia como Audrey Hepburn alguna vez vestirían esta prenda. Me ha sorprendido ver una foto de Lady Di, tan fina ella, en chándal. A Carolina de Mónaco, que yo sepa, aún no la han pillado de semejante guisa.

Y lo mejor es que también puedes combinarlo, que es ya el colmo de la elegancia. Como diría Martirio, chándal con tacones, arreglada pero informal. 


Nada es lo que era. Ahora a los famosos también les encanta ir en chándal. Actores, actrices, cantantes, presentadores....No me extrañaría, tal y como está el panorama,que en breve el chándal irrumpa en el Congreso y empecemos a ver a los señores diputados ataviados con tan cómoda prenda. 

Que un futbolista vaya en chándal es comprensible, aunque me pregunto si nunca se lo quitarán, como si de una segunda piel se tratara. Una vez coincidí con un futbolista famoso en un restaurante e iba en chándal. Él y toda su familia. Seguramente venían de entrenar. Entrenamiento familiar. Aunque no se les veía sudados, gracias a Dios.

El chándal se ha impuesto. No es de extrañar en una sociedad en la que cada vez impera mas el mal gusto y dominada por el todo vale.

Me encanta la gente elegante. Es difícil ser elegante en chándal. Aunque es cierto que la elegancia es independiente del atuendo. Es algo innato que se tiene o no se tiene. Y el que la tiene la mantiene aún vestido de mamarracho.

Mis amigas cuando empecé a ir al gimnasio amenazaron con regalarme un chándal por mi cumpleaños. Me preocupé. Afortunadamente no lo hicieron.

Karl Lagerferd, diseñador de Chanel durante muchos años, decía «un chándal es un signo de derrota. Cuando pierdes el control sobre tu vida, te compras un chándal." Quizá exageraba. Seguramente. Pero, un poquito de sensatez, por favor.

¡Feliz semana!

lunes, 16 de septiembre de 2024

Otras vidas

Llevo tiempo queriendo escribir pero no me sale. Pienso temas. Busco métodos de inspiración. Me concentro. Me relajo. Hago yoga. Leo. Escucho música. Pero nada. Qué tristeza. Mis fans me reclaman, se impacientan. Algunos hasta se preocupan.

“Que las musas me pillen trabajando” decía Picasso. Sigo su consejo y aquí estoy, volcando sobre folio en blanco lo primero que se me pasa por la cabeza.

 Varias ideas me vienen a la mente. Lanzo una. Me pregunto si es bueno pasarse la vida haciendo cosas que en el fondo uno no quiere hacer. Casi todo lo que hacemos cada día son cosas que si pudiésemos elegir, seguramente no haríamos. Madrugar, trabajar, ir a la compra, recoger a los niños en el colegio, preparar la cena… Somos animales domésticos, o más bien domesticados, entrenados para llevar una vida, en la mayoría de los casos, rutinaria.

 Las rutinas son cómodas, conllevan confort, tranquilidad, confianza, pero a veces también cierto hartazgo. Las rutinas nos aletargan, nos adormecen.

Es muy difícil romper la rutina, salirse del carril, pero a veces dan ganas de hacerlo. Dan ganas de asilvestrarse, de saltar del tren, de dejar de dar vueltas a la rueda. Hay quien lo hace, pero para la mayoría resulta más fácil seguir recorriendo el camino tradicional, haciendo en cada momento lo que se espera de nosotros, cumpliendo expectativas. Algunos recorren el sendero con los ojos tapados, de tan bien que lo conocen o quizá por miedo a ver lo que se pierden.

Recuerdo, hace años, que una amiga me dejó su ordenador y por descuido, no cerró la tabla Excel en la que estaba trabajando. Cuando abrí el ordenador me saltó la tabla. Mi amiga tenía su vida absolutamente planificada, año por año. Acabar la carrera, hacer un máster, sacarse un titulo de inglés, sacarse un título de francés, vivir en el extranjero, conseguir novio, casarse… Me quedé atónita al descubrir una personalidad tan calculadora. Me dio miedo. Lo cierto es que fue cumpliendo poco a poco su hoja de ruta y hoy ha llegado a donde quería llegar. Ignoro si es feliz. Supongo que en el camino habrá puesto mucho esfuerzo y sacrificio y que hoy estará orgullosa de los logros y metas conseguidas. 

A lo largo de la vida me he ido encontrando con muchas personas así. Siempre me llaman la atención. A algunas las admiro y las envidio. A otras las compadezco porque en esa vida pretrazada han dejado de ser quienes eran. Probablemente han llegado a ser aquéllos en quienes buscaban convertirse, pero me pregunto si echarán de menos a quienes fueron.

Yo tiendo más al modelo “impulsiva reprimida”. Me gusta mi vida pero de vez en cuando siento deseos de cambiarla, aunque nunca me atrevo a hacerlo. Me atraen las personas que son capaces de dar un giro radical. 

A veces me dan ganas de ser como ellos y me imagino viviendo otras vidas. Me veo viviendo en una isla griega, en un poblado africano, en un destartalado château francés, en la campiña inglesa, o en un monasterio cisterciense. Imagino cómo sería mi vida y cómo sería yo en esa nueva vida.

 Por un momento me veo capaz de ser otra, de empezar de cero, pero luego, poco a poco me voy enfriando. Y entonces, para compensar, supongo, decido cortarme el pelo, cambiar de sitio el sofá, apuntarme a clases de taichi, pintar de verde el salón, o cambiarme de colonia. Y esos pequeños cambios, a menudo infravalorados, me hacen feliz, una felicidad efimera y frívola seguramente, pero  suficiente para permitirme seguir siendo yo, que realmente es mucho más fácil que convertirme de repente en otra.

Feliz semana!