lunes, 28 de noviembre de 2016

Álbumes de fotos

Hace unos días fui a ver la exposición de Robert Doisneau, el famoso fotógrafo francés. Doisneau y Cartier-Bresson son mis fotógrafos favoritos.  Me maravillan sus obras y su capacidad para captar el instante preciso.

La exposición es preciosa. Completamente recomendable. Está en la Fundación Canal. Su título no podía ser más apropiado, “La belleza de lo cotidiano”.  En un total de 80 fotografías , Robert Doisneau trata de mostrar la vida no como era, sino tal y como le gustaría que fuera.  Es una obra llena de cotidianidad pero a la vez de magia.  Y tan genial como cada una de las fotografías son sus títulos, que te transportan rápidamente a la historia que cada una de ellas trata de reflejar.  Recomiendo no perdérsela.



Ver estas fotos tan bonitas me hizo pensar en que es una pena que estemos perdiendo la costumbre de revelar fotos y hacer álbumes. Yo lo he hecho toda la vida, pero reconozco que llevo sin hacerlo casi dos años y ponerme al día me parece ardua tarea, con la cantidad de fotos que tengo.

Recuerdo cuando hacíamos viajes e íbamos acumulando carretes. Lo primero que hacía, a la vuelta de mi viaje era llevarlos a revelar. Qué emoción. Esperaba ansiosa los 3 o 4 días que tardaban, guardaba con mimo el recibo en mi cartera y cuando por fín llegaba el momento de recogerlas, qué alegría, era cómo volver a vivir el viaje.  Mirabas y remirabas las fotos. Las enseñabas. Las pegabas en el corcho. Hacías copias. “ Voy a ver si tengo el negativo”. Una frase que ya no se usa. Negativos que siempre se perdían, por cierto. 

Siempre me ha encantado hacer álbumes de lo más elaborados. Junto a las fotos pego mapas, postales, posavasos… recuerdos del viaje. Hojear esos álbumes es casi casi como volver a viajar.  Tengo álbumes preciosos, que ahora me encanta ver con mis hijos. Algunos los compraba en Italia, en esas papelerías maravillosas de Roma o de Florencia y los guardaba para próximos viajes, impaciente por llenarlos cuanto antes.

Ahora tenemos miles de fotos, hasta tenemos varias de un mismo momento, donde lo único que varía es la cara de uno, la sonrisa de otro, unos ojos cerrados o una boca abierta. Pero no las revelamos. Las guardamos en el ordenador, en un CD o en un pendrive. De vez en cuando conectas el ordenador a la tele y las vemos, pero no es lo mismo. 

No es lo mismo que sentir un momento de nostalgia y coger aquel álbum de hace 20 años y hojearlo y volver a vivir un viaje, una fiesta, una Navidad, un verano o hasta toda una época. Acordarte de lo que te trajeron los Reyes Magos aquel año, de tus primeros viajes al extranjero, de tu noviete de los quince, de las fiestas de Nochevieja, de tu look de los 80, de tus poses en bikini, de personas que pasaron por tu vida, de muchas que ya no están, de los primeros años de tus hijos, de bodas, de bautizos, de primeras comuniones… Tu vida en álbumes, preparada siempre para ser recordada.

Mañana mismo me pongo manos a la obra. Prometido.

¡Feliz semana!

viernes, 25 de noviembre de 2016

Contra la violencia de género- La historia de Sara



La violencia de género ( o el maltrato, como se ha llamado toda la vida) es una realidad, por desgracia, mucho más frecuente de lo que pensamos.  Hasta hace unos años era un tema del que se hablaba muy poco. Poco a poco va habiendo más sensibilidad y concienciación.  Hoy, 25 de noviembre, se celebra el Día Internacional contra la violencia de género. Mi granito de arena es este relato sobre Sara.

Sara siempre había sido una niña alegre, divertida y espontánea. Tenía mil amigos y en su pueblo natal todo el mundo la conocía y adoraba, no podía ser de otra manera. Su padre era el panadero del pueblo y desde pequeña, cuando Sara tenía un rato, le encantaba pasarse por la panadería y echarle una mano.

Sara era hija única y su madre murió cuando era pequeña, pero siempre tuvo el cariño de sus tías, sus primos y todos los vecinos.  El olor a pan recién hecho le volvía loca, pero su pasión era otra. Ella quería ser dependienta de El Corte Inglés.  Lo tenía claro.

Una vez, con 10 años, su padre, como regalo de cumpleaños la llevó a Madrid. Allí visitaron  el Museo del Prado, la Plaza Mayor y el Palacio Real, pero lo que más le gustó de aquella visita a Madrid  fue El Corte Inglés. Sus luces, su orden, la ropa elegante, los zapatos de firma, la sección de cremas y perfumes…  Su padre se empeñó en comprarle un vestido y aunque ella no quería, porque era muy prudente y sabía el gasto que suponía aquel viaje, disfrutó como una enana cuando aquella señorita tan elegante y educada les atendió. Y entonces lo decidió. Ella, de mayor, quería ser dependienta del Corte Inglés. Sara acabó el colegio con muy buenas notas, estudió inglés y francés y decidió marcharse a vivir a Madrid, con disgusto pero a la vez orgullo de su padre, que veía como su hija se esforzaba en cumplir su sueño.

Sara llegó a Madrid y se instaló con una amiga. Tras algunos trabajos temporales, Sara, gracias a un golpe de suerte con los que a veces te sorprende la vida, consiguió entrar en el Corte Inglés para ayudar en una campaña promocional.  Estaba feliz, radiante. Todo parecía indicar que poco a poco se iba acercando a su sueño. Nada le hacía intuir que su vida daría un giro fatal muy pronto.  Tras un año como temporal, a Ana la terminaron contratando en plantilla. Estaba como loca.

Una mañana, como cada día, Sara estaba ordenando cajas recién llegadas, cuando a lo lejos vio llegar a un señor muy elegante. El señor, muy atento, se acercó a ella y le pidió consejo para un regalo que quería hacer. “Quiero algo muy especial, para alguien muy especial”. Sara se puso muy nerviosa. No estaba acostumbrada a que nadie la mirase con tanto interés y tanta intensidad. Buscó una bufanda que le encantaba y se la enseñó. “Esta bufanda es preciosa” le dijo.  “Perfecto”, le contestó él.  “Envuélvemela lo más bonito posible” le pidió. Sara se esmeró en hacer un paquete perfecto, pero cuál fue su sorpresa cuando aquel misterioso cliente, después de pagar, le devolvió el paquete. “Es para ti”.

A partir de ahí empezó la que, a ojos de Sara, era una maravillosa historia de amor, “como de película”, le decía a sus amigas.  Juan era unos años mayor que Sara y muy reservado, pero se deshacía en atenciones con ella: cada día le regalaba algo, le escribía notitas que escondía para sorprenderla, le invitaba a cenar a restaurantes fantásticos..   Después de 6 meses, Juan le pidió que se casara con ella.  

Sara estaba como loca y empezó a planear su boda, que, por supuesto, sería en el pueblo. Pero Juan viajaba mucho y tenía mucho trabajo, así que le propuso una boda rápida, cuanto antes, ya lo celebrarían más tarde en el pueblo.  Se casaron en una iglesia pequeñita de Madrid, con dos amigas de Sara como testigos. Y empezaron a vivir juntos. Al poco de estar casados, Juan empezó a insistirle a Sara para que dejara su trabajo. No lo necesitaba, él ganaba suficiente. Tenía que centrarse en su matrimonio, en la nueva vida que empezaban, en tener niños …  Sara no sabía qué hacer, no entendía por qué Juan le pedía algo así. A ella le encantaba trabajar. Siempre había sido su sueño.. Pero al final él logró convencerla y Sara dejó su trabajo.

A partir de ahí, poco a poco las cosas empezaron a cambiar. Si Sara se arreglaba, Juan se enfadaba. Si Sara quedaba con amigas, a él le parecía mal. Si la cena no estaba a su hora, él montaba un numerito. Sara estaba desconcertada. No entendía. Al principio lo achacaba al trabajo, al estrés, a los nervios, a los inicios de cualquier convivencia. Pero a medida que pasaba el tiempo, la situación empeoraba poco a poco. Al principio eran sólo frases hirientes cada vez más frecuentes,  un “eres una inútil” por no limpiar los zapatos. Un “pareces  una fulana” por haberse pintado los labios.  Después llegaron los gritos, los empujones, los golpes… 



Sara lo callaba todo. Casi no salía a la calle. Hacía meses que no veía a sus amigas y siglos que no iba a su pueblo. Cuando hablaba con su padre, fingía que todo iba bien, ni siquiera se había atrevido a decirle que había dejado su trabajo. No quería disgustarle. Estaba desesperada y no sabía qué hacer.  Vivía prácticamente recluida, muerta de miedo de despertar la furia de su marido. Cada día se veía más hundida, más insignificante, con menos fuerzas.

Lo único que podía hacer era bajar a comprar el pan y ese momento era su instante de felicidad. El olor del pan la transportaba a su infancia, a su pueblo, al mar, a sus amigos. Y se aguantaba las ganas de llorar.  Doña Elisa, la panadera, se había convertido en su única vía de contacto con el mundo. Era una mujer lozana, risueña, y Sara, cada vez que la veía se sentía invadida por el deseo de contárselo todo, pero tenía miedo. Mucho miedo.

Lo que Sara no sabía era que Elisa se daba cuenta de todo. Un día sin que Sara casi se diese cuenta, Elisa la cogió del brazo y la llevó dentro. “Estoy para ayudarte, Sara, pero tienes que contar lo que pasa”. Sara no pudo contenerlo más y le contó todo. 

Esa noche  Sara ya no volvió a casa. Elisa se ocupó de todo. No fue fácil. Fue muy duro. Desgarrador. Pero mereció la pena. Sara logró cambiar de vida. Logró huir y logró salvar su vida. Muchas otras mujeres víctimas de violencia de género no tienen la suerte de encontrar un ángel como Elisa en su vida. Sara la tuvo.  Mi recuerdo especial, hoy, por todas las mujeres víctimas de malos tratos. A ellas les dedico este relato.




miércoles, 23 de noviembre de 2016

Niños felices

Ayer leía en el periódico una noticia que me dejó perpleja. El 21 de marzo de 2014, coincidiendo con el Día Mundial del Síndrome de Down, se emitió en distintos países del mundo un vídeo que se titulaba “Querida futura mamá”.

El vídeo, que recomiendo ver, es realmente  emocionante. La asociación italiana CoorDown recibió la carta de una mujer embarazada que estaba preocupada porque se había enterado de que su bebé nacería con Síndrome de Down. ¿ qué clase de vida tendrá mi hijo? Se preguntaba.  

Como respuesta, esta asociación lanzó un vídeo con 15 niños como protagonistas. En él los niños hablan de lo feliz que puede llegar a ser su vida  a pesar de tener síndrome de Down. El vídeo es maravilloso.


Pues bien, en Francia… han censurado el vídeo!! La razón: el vídeo puede considerarse inapropiado “porque la expresión de felicidad de los jóvenes que aparecen en él puede perturbar la conciencia de las mujeres que han tomado diferentes opciones legítimas de su vida personal y su emisión no favorece el interés general de los franceses”.  

O sea, que el vídeo se censura por si pudiera causar dolor en alguna mujer que hubiera optado por abortar al conocer que su hijo iba a nacer con Síndrome de Down (SD).  Me parece bochornoso e indignante. No tengo un hijo con SD pero debo decir que la noticia me ha llegado al corazón casi casi como si lo tuviera.

Después de leer el artículo, lo primero que he hecho ha sido mandar un whatsapp a tres amigos y pedirles que me definieran en una frase muy corta a sus hijos. Sus respuestas han sido inmediatas.

“Extraordinariamente cariñosa, entrañable, persistente y manipuladora. Muy lista, no se le resiste nada que quiera de verdad. Un crack.” dice Gabriel de su hija Marta.  “Una niña preciosa de año y medio, divertida, cariñosa, y a la que le encanta la música” dice Mar de su hija Irene.  “Una niña milagro, una cuestión de amor” dice Ramón de Emilie.  También le he preguntado a Blanca sobre su hermano Carlos, ya no tan niño y al que conozco y aprecio desde hace años.“ Él siempre acierta con su templanza y astucia. Encuentra la palabra exacta que tanto nos cuesta a otros”, me ha dicho Blanca.

 Marta, Emilie, Irene y Carlos tienen SD, son felices y disfrutan de la vida.

No dudo que los niños con SD requieren un esfuerzo especial, una dedicación extra, a veces mucha paciencia y seguro que algún que otro sacrificio  (además, por  supuesto, del tiempo, amor, cariño y comprensión que requieren todos los niños del mundo). Pero todo ese esfuerzo y ese sacrificio se ve recompensado con creces. Me acuerdo que una amiga me contaba que cuando nació su hija con SD, su marido y ella lloraban y lloraban. Cuando el médico entró en la habitación les dijo : “La personita por la que tanto lloráis ahora será vuestra mayor fuente de alegría y orgullo” y efectivamente así fue. Mi amiga nunca se olvida de aquellas palabras.

Otra madre decía hace poco “La gente no los quiere porque no los conoce”. Esta frase me encantó.  Porque cuando los conoces no puedes dejar de quererlos. No conozco a ni un solo padre de niños con SD que no se le caiga la baba cuando habla de su hijo. Creo que un niño como los protagonistas del vídeo o como Marta, Emilie, Irene o Carlos son un regalo de la vida, una oportunidad para ser mejores, un estímulo para esforzarse cada día.

Por eso, no puedo entender reacciones como la de Francia. Sinceramente, no me cabe en la cabeza. Quería compartirlo. El tema está en manos del tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Habrá que esperar… Confiemos en su buen juicio.

Como dice el vídeo: " A veces será difícil. Muy difícil. ¿Pero acaso no lo es para todas las madres?". Toca luchar. Mi recuerdo especial desde aquí a todas las familias que luchan cada día por el futuro de estos niños.

Por cierto, el que quiera ver el vídeo, puede verlo aquí: QUERIDAFUTURAMAMA


Feliz semana!

sábado, 19 de noviembre de 2016

Me encanta Madrid

Los que me conocen saben que soy urbanita a tope. Me encanta Madrid y su bullicio.

Me encanta callejear y patear algunos de mis barrios favoritos. Descubrir nuevas tiendas, nuevos restaurantes y nuevos rincones. Me fascinan las tiendas de toda la vida, las que sobreviven a la globalización y al “on line”: las mercerías, las tiendas de banderas, las cesterías, las floristerías, las de alpargatas y zapatillas de estar en casa, las papelerías tradicionales…

Me encanta ir fijándome en la fisonomía de las calles, en sus edificios. Desde hace años tengo identificados las plazas que más me gustan, los jardines secretos, mis portales favoritos, mis áticos de “me lo pido “, los patios con encanto, y hasta los torreones mágicos en los que instalar un fantástico e inmenso salón circular. Me fascina la Gran Vía, el Paseo de Recoletos, la calle Serrano… y me encanta llevármelas en el Monopoly. 

Me encanta la calle Alcalá, la Azotea del Bellas Artes, la Puerta del Sol,, la Plaza de la Villa y por supuesto, la Plaza Mayor y todas sus calles aledañas. Me encanta la costumbre de Carlos, heredada de su padre, de madrugar un domingo para irse con los niños a comprar monedas a la Plaza Mayor. Me muero por un tradicional bocadillo de calamares, a cualquier hora del día, o por una rica tortilla de patata en cualquiera de sus mesones, por muy turísticos que sean. Me encanta el Rastro y sus antigüedades; el Retito y sus barcas; la Plaza de las Vistillas y sus bailes, Conde Duque y su cine de verano.


Prefiero mil veces ir de tiendas por el barrio de Salamanca, por Chamberí o por el barrio de las Salesas que meterme en un macro centro comercial del “extrarradio”. Y todo ello a pesar del ruido, de no poder aparcar, del atasco y de las multas…  Me encantan zonas como Fuencarral o Chueca, modernas, “diversas” y siempre vibrantes.

Me encanta la calle Eduardo Dato porque es una de las calles de mi vida, donde está mi colegio y la iglesia en la que me casé. Me encanta tomar el aperitivo con mis padres en sus terrazas elegantes en las que te pides una coca cola y te ponen patatas, aceitunas y cacahuetes. Y me alegra que las terrazas madrileñas, por fin, como llevan años haciendo en París, se hayan decidido a instalar estufas para poderlas disfrutar todo el año.

Me encantan las churrerías y las fábricas de patatas fritas, los mercados de siempre y los kioskos que cuelgan las revistas,  que venden cromos, que te reservan el periódico y el coleccionable de turno.

Prefiero ir de tapas, de vinos, de cañas  por cualquier barrio de Madrid antes que quedar en un agradable barrio de las afueras (a pesar de vivir  en uno de ellos y sin menospreciar su encanto).

Me encanta ir al cine de toda la vida, al mismo que iba de pequeña, aunque las salas sean menos sofisticadas. Y de paso, me encanta que te guíe un acomodador hasta tu asiento y que te vendan  palomitas de toda la vida, las saladas y sin colores.  No me gustan los cines enormes donde nunca encuentras tu asiento y en los que la gente toma nachos con queso con el correspondiente ruido aparejado.

Me encantan las castañeras y que todavía de vez en cuando, se oiga el sonido del chatarrero. Echo de menos los serenos de mi niñez.

Me maravilla el azul del cielo de Madrid. Y me impresiona la luminosidad de un día radiante.

En definitiva, que aunque sigo enamorada de China, me encanta Madrid y quería compartirlo.

¡Feliz semana!




lunes, 14 de noviembre de 2016

Una ración de "almóndigas"


Me sorprende mucho la gente, que con cierta edad y “presumiblemente” cierta educación, comete faltas garrafales de ortografía cuando escribe a través de Whatsapp. Estoy en un grupo, por ejemplo, donde una señora escribe siempre el verbo haber sin hache ( “a” dicho, “a” hecho.. ). Cada vez que lo veo me da un mal. Probablemente sea consecuencia de las prisas, pero si es así, por favor que lo corrija luego. Es algo tan chirriante que hasta duele verlo.

El otro día una amiga me mandó una publicidad de unas cremas, al parecer fabulosas. Seguro que lo son (ella las usa y está fantástica), ahora bien, en el folleto habían escrito “proteje” tal cual, con “j” en lugar de con “g”. Me pareció suficiente motivo para no comprarlas.

Pero es que el colmo fue cuando, el otro día, fui a un restaurante y entre los segundos platos me encontré unas “almóndigas” de choco.  No me puede contener y llamé al camarero. “Perdone, pero creo que en esta carta hay una falta” le dije.  Me quedé muerta cuando, muy serio, me contestó: “No señora, la Real Academia de la Lengua lo ha dado por correcto”. “ Perdón?”. No me puede resistir y rápidamente me fui a comprobarlo. Efectivamente, la RAE acepta “almóndiga” tanto como “albóndiga”, y de paso, también acepta "toballa" por "toalla" y "madalena" por "magdalena".



Picada ya por la curiosidad y con cierto miedo de lo que podía llegar a descubrir, seguí indagando y  resulta que la RAE también da por buenas palabras como "conceto", “asín”, “otubre” “setiembre”, “apartotel”, “carné” “tique”.  También está aceptado " crocodilo", "murciégalo" y "albericoque". Hasta se han dado por buenas palabras como “bluyín”, tal cual, para hablar del vaquero de toda la vida, o "cederrón" para referirte al CD-ROM. 

Personalmente, me ha parecido todo bastante sorprendente, cuanto menos. Debo aclarar, no obstante, que algunos de estos vocablos ya estaban en el diccionario de la RAE desde su primera edición en el siglo XVIII, como es el caso de "almóndiga", y otros aparecen en el diccionario pero se aclara que son vulgarismos o que están en desuso. Menos mal... 

Me pregunto si estos señores de la RAE no se habrán olvidado de su famoso lema “limpia, fija y da esplendor”. Ya sé que la lengua debe ser algo vivo, que evolucione, que se vaya adaptando a los tiempos pero en fin… ¿ dónde vamos a ir a parar?, que diría mi abuela. 

Lo que no sé es porqué todavía no se ha admitido incorporar al diccionario vulgarismos  como “cocreta”, “fragoneta” , “tregiversar”, “tasis”, “mostruo”, “transtorno”, “haiga” o “prespectiva”….. 

Todavía recuerdo cuando mi hermana era pequeña y al pollo en pepitoria lo llamaba "pepito en peripolla". Dentro de nada lo vemos tal cual en algún libro de recetas. Tiempo al tiempo.

Feliz semana!!


martes, 8 de noviembre de 2016

Envejecer con dignidad.

En medio de las elecciones americanas, el abismo Trump, el nerviosismo en las bolsas, la crisis de Siria, el nuevo gobierno, la misteriosa desaparición de Diana Kerr…. hoy me ha llamado poderosamente la atención un hecho que desconocía y que parecía imposible: por Isabel Preysler también pasan los años. Increíble pero cierto. 

Hoy, por primera vez en mi vida, he visto una foto, en la que se “atisba”, simplemente se atisba su edad y me he quedado completamente “noqueada”.

Yo que creía que esa piel tersa y sin arrugas era verdadera, que esos pómulos altivos eran naturales, que esa boca carnosa era fruto de una buena genética, que lo de ser más joven que tus propias hijas, aún pareciendo de ciencia ficción, era posible. Pues resulta que no. Que todo es producto del Photoshop.  Qué decepción tan grande, qué “chasco”, qué bajón!

Me parece estupendo que las mujeres, y por supuesto también los hombres, se cuiden, se preocupen por su aspecto, sean presumidos, hagan deporte, quieran estar en forma y  lo más “presentables” posibles. Que se pinten, que se tiñan, que se vistan con aspecto juvenil …  pero, por favor, dentro de unos límites!. Me parece terrible que haya personas que quieran borrar todo rastro del paso del tiempo, como si la “vejez” fuera algo malo, algo que ocultar ( y que encima haya revistas que lo  secunden, lo fomenten y hasta lo premien).



La vejez es una etapa de la vida, en la que lógicamente la piel pierde su tersura, las carnes se aflojan un poco (sólo un poco eh?), los movimientos son menos ágiles, salen manchas, arrugas, los ojos relucen menos. Pero es que estar joven y guapo no es lo único que importa. Llegar a una cierta edad debe ser motivo de orgullo. Que cada uno intente llegar lo mejor que pueda o lo que la vida le deje, pero por favor, con dignidad y sin pretender ser lo que uno hace mucho dejó de ser. 



Es una reflexión personal que me apetecía compartir. Sin más.

Por cierto, aprovecho para recomendar uno de los libros más maravillosos que he leído en mi vida “ Amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez, una novela donde el amor desafía al tiempo, a la vejez y hasta a la muerte.  Un “must”.

Feliz semana!


sábado, 5 de noviembre de 2016

Dicotomías cotidianas

Esta mañana iba pensando en el coche la cantidad de pequeñas, casi imperceptibles decisiones que tomamos en nuestro día a día. Parecen insignificantes y sin embargo, a fuerza de repetirlas, van marcando nuestra forma de ser, nuestro estilo de vida y hasta nuestro carácter. 

Algunas son meras costumbres, otras hábitos, otras verdaderas manías.. pero todas sin excepción forman parte inherente de nosotros y hasta nos distinguen a los unos de los otros.

Me explico. Hay gente que deja preparada el día anterior la ropa que se va al poner al día siguiente. Suele ser gente ordenada, meticulosa o que madruga mucho. Otros, como es mi caso, improvisamos y decidimos sobre la marcha dependiendo del día, del tiempo y hasta del humor con el que nos levantamos.



Hay gente que no sale jamás de casa sin desayunar, otros salen pitando y prefieren desayunar fuera. Hay quien no toma café si no es Nesspreso, y quien sólo toma azúcar moreno. Hay quien prefiere café en vaso y hay quien no abandona la taza de toda la vida. Están los de la leche desnatada y los que nos gusta la leche entera. Lo mismo ocurre con la coca cola, hay quien siempre la toma light y quien la prefiere con todos sus ingredientes.

Hay quien recicla siempre y tiene mil cubos de basura en casa, y hay sin embargo quien pasa del reciclaje responsable y usa un solo cubo para todo. Más práctico pero menos sostenible. Están los locos de los famosos led, y los que siguen con las tradicionales bombillas de toda la vida.

Hay quien lee en formato electrónico, ahorrando papel y sobre todo dinero. Y hay quien no se resiste a dejar de acariciar el lomo de un libro y a pasar con deleite sus hojas mientras va avanzando en su lectura.

Los hay que aliñan siempre sus ensaladas con el famoso vinagre de Módena y los que continúan apegados al más español vinagre de vino.  Están los de la tortilla con cebolla y los de sín.


Hay quien  ya sólo tiene ducha en su baño y quien conserva la bañera imaginando que alguno día se dará ese soñado baño de sales que nunca llega.  Los hay que nunca bajan la tapa y los que siempre bajan la que los otros dejan abierta. Hay quien dobla y redobla el papel higiénico y quien prefiere el típico “burruño” de papel.

Hay quien jamás se toma algo caducado y quien no teme la caducidad de nada. Están los aficionados a los tappers y a las sobras y los que rápidamente lo tiran todo.

A algunos les encanta coleccionar y sus casas son verdaderas almonedas repletas de objetos, otros son minimalistas al extremo y se deshacen de todo lo mínimamente superflúo.

Algunos se cepillan los dientes al estilo tradicional, otros hasta tienen músculo de 
tanto darle al eléctrico. Hay quien usa hilo dental y quien se excarva sin ningún pudor los dientes en público.

Hay quien se gasta una pasta en peluquería y quien se tiñe en casa; quien da las gracias y quien no; quien se depila y quien prefiere declararse hippy y dejarse los pelos crecer; quien se levanta en cuanto suena el despertador y quien los atrasa quinientas veces; quien saluda en el ascensor y quien no; quien se cruza de acera para no saludar y quien se enrolla sin ton ni son..

Podría seguir y seguir. La lista es interminable. yo las llamo “dicotomías cotidianas”. 


Yo soy de las atrasa el despertador mil veces, de la que improvisa la ropa cada mañana; de cepillo manual y pasta de oferta; de café americano con azúcar blanco y leche entera sentadita en mi cocina; de acumular mil cosas de las que soy incapaz de deshacerme porque son parte de mi vida; de reciclar porque si no mi marido me mata; de ducha, aunque anhelo ese baño para el que nunca encuentro el momento; de bajar la tapa; de comer yogures caducados y de saludar y sonreír por costumbre, porque es lo me han enseñado siempre.

De qué tipo eres tú?

Feliz semana!



miércoles, 2 de noviembre de 2016

Aquellos maravillosos años!!

Ayer fui a comer a casa de mis padres. Rebuscando en la que siempre fue mi habitación descubrí dentro de mi mesilla de noche (mesilla de capacidad infinita  y casi mágica, por cierto) varias cajas llenas de recuerdos de mis años de carrera.  Que ilusión me hizo volver a recordar "aquellos maravillosos años".

Durante los cinco años de carrera escribía diarios. Y cuánto me alegro ahora de haberlo hecho y sobre todo de haberlos conservado. Leerlos ha sido como volver a aquella época. ¡Que años tan divertidos y cuanta energía!. No parábamos. Todos los días había mil planes.

Repasar estas hojas era como repasar un momento de mi vida del que, aunque hayan pasado tantos años, no me siento en realidad tan lejos. Porque con unos añitos más y alguna que otra cana... sigo siendo la misma.


Junto a los diarios encontré varias cajas llenas de cartas fotos postales invitaciones y hasta notitas y papelitos que intercambiábamos en clase o en la biblioteca y que están llenos de anécdotas o aventuras  que no podían aguantar a ser contadas. Había que compartirlas en ese mismo instante. Porque claro, por aquellos entonces no existía WhatsApp ni siquiera teléfonos móviles ni mails y sin embargo….  Sobrevivíamos!!!



Me encanta haber guardado todos estos recuerdos que por un momento me trasladaron a los pasillos de ICADE,  a aquellos azulejos blancos y azules, a los desayunos del bar, a las fiestas y a los nervios del que me pongo,  a las noches interminables charlando , a las confidencias de mis hermanas pequeñas, a los primeros viajes con amigas,  a los novios fugaces y que sin embargo sentías tan intensos, a los apuntes, a los parciales, a las fiestas de paso de  Ecuador, a los intercambios de ropa, a las "marías", a hincar los codos, a salir hasta las mil y luego dormir hasta las tantas, . ..  una lista interminables de recuerdos de  una gran época!!



Me ha encantado revivir aquellos años con cierta nostalgia, debo reconocerlo, pero contenta a la vez de haber conservado no sólo fantásticos recuerdos sino también grandes amistades y por supuesto, la capacidad de seguir disfrutando con lo que en cada momento nos depara la vida, esperemos que por muchos años más!!

Feliz semana!!