viernes, 31 de enero de 2025

Bendito 31 de enero

Por fin llegó el 31 de enero. Me pregunto cómo es posible que un mes se haga tan largo, teniendo en cuenta, además, que lo empezamos una semana más tarde.  Porque la primera semana de enero es, en realidad, una semana de impasse, un compás de espera. Hasta el 7 de enero uno no entra en faena.  Seguimos de resaca, de festejos, de cabalgata de Reyes, de roscones, de regalos, de emoción. Pero a partir del 7 llega la realidad y qué cuesta arriba se hace. Con razón se habla de la cuesta de enero. Una cuesta tan pronunciada que a veces se hace difícil subirla.

Dicen los expertos que es una cuestión de dopamina. En diciembre, con tanto jolgorio, la dopamina se dispara y nos provoca un estado de subidón. En enero, sin embargo, la alegría se frena, desciende la dopamina y nos entra en bajón. Algo así debe pasar.

Enero es el mes en el que uno pone a prueba su fuerza de voluntad. Toca dejar de comer, retomar el ejercicio, poner en marcha los nuevos propósitos. Es el mes en el que se asume que vuelves con las pilas cargadas, cuando lo cierto es que vuelves con las pilas más fundidas que nunca, y ello provoca cierto desasosiego.

En enero te enfrentas a la página en blanco del nuevo año, sin acabar todavía de dejar atrás el peso del anterior. 

Es un mes de nuevas ilusiones, de expectativas, de replanteamientos, de propósitos, pero también de incertidumbre y de vértigo. El reloj se pone a cero. Nuevos logros por cumplir, nuevos objetivos, nuevas metas.

En enero toca enfrentarse a la báscula, toca hacer devoluciones, toca hacer nuevas listas, toca planear, toca coger carrerilla. Es demasiado pedir a un mes que tan sólo es el primero del año, un mes que tímidamente dan la bienvenida a un nuevo año.

En enero el tiempo pasa despacio, las horas se hacen interminables y las semanas se alargan indolentes. La pereza busca acomodo pero no hay sitio para ella y se revuelve molesta. Las rutinas, impacientes, tratan de imponerse de nuevo pero no logran aún consolidarse.

La buena noticia es que enero se ha acabado. Bendito 31 de enero.

Veremos qué nos depara el bueno de febrero. Ya vamos estando más entrenados...

¡Feliz semana!


 

viernes, 17 de enero de 2025

Cretinos

Parece que el plagio está de moda.

Es muy peligroso que las malas prácticas se pongan de moda, que se pierdan los valores y la ética, que la gente crea que es normal hacer cosas que no están bien, que se infravaloren determinados comportamientos. Y es muy peligroso porque es una bola que crece poco a poco y que cuando se hace grande nos devora a todos.


No está bien mentir, ni robar, pero mucha gente, aparentemente respetable, lo hace sin el más mínimo pudor.

Tampoco está bien aprovecharte del talento ajeno, hacer tuyos las reflexiones y pensamientos de otros y además, pretender lucrarse con ello. No sólo no está bien sino que está muy mal. Es más, en ocasiones, hasta es delito. Debería ser algo obvio, pero, desafortunadamente, no lo es.  El que lo hace carece de escrúpulos y de valores. Y no debería quedar impune.

El mundo está lleno de cretinos.  Cretinos que se ocultan bajo una apariencia inocente y amable, pero que esperan a la mínima de cambio para atacar y clavar el puñal por la espalda.  Cretinos que no tienen vergüenza ni pudor. Cretinos que se aprovechan de los demás sin ningún tipo de miramiento. Cretinos sin moral. Cretinos mediocres que a falta de talento propio roban  el ajeno.

Hay que mantenerse muy lejos de los cretinos. Pero a menudo es difícil reconocerlos, de tan bien que se esconden. A veces los ves venir, pero lo malo es que los que no somos cretinos no somos capaces de adelantarnos a sus jugadas, no imaginamos hasta dónde puede llegar su osadía y desfachatez, por lo que, inevitablemente, siempre te pillan desprevenidos.

He sido víctima de un cretino. Lo malo es que sospeché de él desde el principio. He sido ingenua, inocente, y el cretino se ha aprovechado de mí y de mi talento.

Los cretinos son unos sinvergüenzas. Muchos son padres de familia. Lo siento por sus hijos. Espero que el cretinismo no sea hereditario. Pero me temo que tener referentes cretinos también es muy peligroso.


 

martes, 7 de enero de 2025

Al año nuevo le pido

Al año nuevo le pido ser feliz,

Y que no me crezca la nariz,

Tampoco las orejas,

Como les pasa a las viejas.

 

Amor y salud también quiero,

que si no, quizá me muero,

Aún soy joven para morir,

mil cosas quiero vivir.


Quiero ver a mis hijos creciendo,

Aunque mayor me vaya haciendo.

Quiero saborear cada día,

Y dar gracias con alegría.


Que no falten las risas,

Y que vivamos con menos prisas.

Sentir el alma en paz,

y no tener un hambre voraz


Y ya puestos a pedir,

querría comer y no engordar,

mi cintura recuperar

y en bikini pasear.


También engancharme al deporte,

Para mantener el porte,

Y que nada me de corte,

Y besar al consorte.


No necesito chutarme botox,

ni tampoco pasear en motos.

La vida es envejecer,

y quien no lo ve, tonto es.

 

Quiero disfrutar del atardecer,

Y por la brisa dejarme mecer.

Mojar los pies en la orilla,

Mientras leo sentada en mi silla.

 

Quiero del campo disfrutar,

Y salir a caminar 

Tomarme un buen vino,

Y no caer en desatino


Mucho no pido

Seguro que algo olvido

Felicidad cotidiana

Despertarme cada mañana


Es urgente vivir,

No podemos dejarlo ir,

Saboreando el presente,

Con el corazón y la mente.




domingo, 29 de diciembre de 2024

¡Feliz 2025!


Vuelan los pensamientos que no atrapas.

Se desvanecen los sueños que no luchas.

 

Languidecen los deseos sin cumplir.

Mueren las ganas cohibidas.


Los besos que no das se evaporan.

Las palabras que no dices se deshacen.

 

Las risas que no brotan lloran.

Las lágrimas que no salen duelen.

 

Las gracias que no das enmudecen.

La belleza que no aprecias se hace invisible.


El rencor que no vences se enquista.

La alegría que no salta se adormece.


Sangran las heridas sin curar.

Se marchita el amor que no cuidas.


Desaparece lo que dejas de  recordar.

Se adormece el esfuerzo que no practicas.


Se empequeñece el que tiene y no da.

Se endurece el que no mira más allá.


Desespera el que sólo espera.

 

En 2025….

 

Ama.

Ríe.

Llora.

Persigue tus sueños.

Cumple tus deseos.

Cura tus heridas.

Cuida a los que quieres.

Comparte lo que tienes.

Mira a tu alrededor.

Aprecia la belleza.

Baila.

Canta.

Esfuérzate.

Actúa.

Agradece.

Vive.

 

¡¡Feliz 2025!!

 

 

 

 

sábado, 14 de diciembre de 2024

Senegal. Viaje a la Casamance

He tenido la suerte de volver a Senegal, esta vez de la mano de la Fundación Xaley.

Ha sido un viaje precioso, pero, sobre todo, ha sido una oportunidad para conocer de primera mano algunos de los proyectos que Xaley está llevando a cabo en el país y que impactan en la vida de miles de niñas y mujeres senegalesas. 

Hemos visitado el centro de costura de Mbour donde forman a jóvenes para que puedan tener un futuro mejor.


Hemos asistido a charlas de salud sexual y reproductiva, un tema muy importante en un país en el que los embarazos precoces son muy frecuentes y provocan que las niñas abandonen la escuela.

Visitamos un centro donde acogen a chicas víctimas de abusos o violencia, a veces embarazadas y repudiadas por sus familias. Visitamos la tienda de una emprendedora que ha recuperado antiguas técnicas textiles y que hace cosas preciosas. Inauguramos un centro de transformación de frutas y legumbres y nos reunimos con un grupo local para comentar las consecuencias de la falta de inscripción de los niños en el registro civil, algo muy habitual en África que provoca que muchos niños "no existan". 

También visitamos una escuela donde los alumnos más brillantes dan clase de manera voluntaria a los más pequeños que necesitan refuerzo.


 

Vuelvo impresionada con la fuerza y la energía de las mujeres senegalesas y con su capacidad de salir adelante en entornos muy vulnerables. 





Vuelvo también fascinada con el paisaje. Hemos visitado la Casamance, una región al sur del país. Una zona exuberante, de marismas y manglares, repleta de bosques, arrozales inmensos y enormes baobabs.

Una región rural de la que me llevo grabadas en la retina preciosas estampas de mujeres con barreños en la cabeza trabajando en los arrozales




Me llevo también la sonrisa de los niños y sus miradas profundas. Y el gris plata de las playas al atardecer, playas inmensas y solitarias por las que paseas haciendo crujir las conchas de berberechos que cubren la orilla. También el sonido de los cientos de pájaros que pueblan los árboles, los olores de los mercados, los colores de la ropa tendida y la alegría de los telas africanas. 







 





Y por supuesto, la gastronomía, como el tiboudhien, el plato típico senegalés, o el popular Yassa. 

También he probado deliciosas ostras de los manglares que recolectan las mujeres y que tomamos en la diminuta isla de Carabane, un paraíso escondido, de arena que parece harina y donde el tiempo se ha detenido. 


En Carabane visitamos su mercado artesanal y conocimos a Paco, Paco CaRabane, un carismático costurero que en media hora te hace cualquier prenda. También a Ousman y a Matar, que tan bien nos dieron de comer al borde del mar,  acompañados de una mamá cerda y sus cerditos.


Han sido unos días de desconexión, de cambio de chip, de descubrimiento, de sorpresa, de emoción, de compartir ratos y hasta bailes, con los locales.

He tenido además la suerte de disfrutarlos con mi hija, que ha vuelto tan feliz como yo, y con un grupo de personas con un corazón enorme, Santi, Javier, Mar, Itxi, Mar, Bea, Patricia, Celia, Goretti y Nana, capitaneados por Sam, el director de Xaley. Sam es un fantástico profesional y una persona con una enorme vocación de servicio, que trabaja cada día para contribuir al progreso de su país. Ha sido una suerte viajar con él y con varios de los miembros del Patronato de la Fundación Xaley, muy comprometidos desde hace años con la educación de las niñas senegalesas. 



En Senegal descubres otro mundo, otras vidas, realidades ajenas a las prisas, al estrés, a la inmediatez y al consumo desenfrenado. 







Hemos visitado poblados muy humildes, donde viven con muy poco, poblados en los que aparentemente no pasa nada relevante, pero donde, sin embargo, cada día ocurre un milagro. Sólo hay que tener los ojos abiertos para descubrirlo.

Ya estoy deseando volver.

Jerejef  Senegal!!!

martes, 26 de noviembre de 2024

Usurpadores espaciales

Hay personas que ocupan el doble. No es que sean gordos ni siameses, simplemente ocupan un espacio vital mayor que el resto, espacio que, por cierto, tienden a robar a los que les rodean.

En el metro abundan este tipo de personas. Me refiero, por ejemplo, a esos que van cargados con enormes mochilas sin calcular las dimensiones que adquieren sus cuerpos con semejantes bultos desproporcionados a la espalda y que cada vez que se mueven pegan un zambombazo a todo el que se coloque a su lado. A veces, en la mochila transportan un bebé que tambalea su pobre cabeza de aquí para allá. Los mochileros con bebés son los peores  porque se sienten legitimados para empellar sin miramientos a todo aquel que se interponga en su camino. Debería inventarse algún tipo de sistema que sirva para alertar de su presencia unos metros antes, como cuando pones el triángulo reflectante en la carretera para avisar de un accidente.

Otra modalidad son los que pasean perros atados con larguísimas correas. Esta absurda costumbre provoca que el paseador se encuentre en un punto concreto de la calle mientras que el perro paseado se sitúe tres metros más allá, unidos ambos por una fina correa a menudo imperceptible. Y cuando uno pasa es como si le hiciera la zancadilla el amigo invisible. Al suelo va. Y si el paseador pasea varios chuchos, lógicamente, las posibilidades de tropezarte se multiplican proporcionalmente por el número de perros, con lo que la calle se convierte en una especie de campo de minas donde te toca ir pegando saltitos de aquí para allá para poder seguir avanzando.

A veces también me encuentro con familias tan amorosas y que se quieren tanto que caminan todos de la mano ocupando la acera entera y tapando el paso al resto de pobres peatones. Tratas de adelantarles por la izquierda y no te dejan, por la derecha y tampoco. Al final, terminas abandonando la acera so riesgo de morir atropellado para poder adelantar a la encantadora familia feliz. Cuando yo era pequeña recuerdo que cantábamos “A tapar la calle que no pase nadie que pasen mis abuelos comiendo buñuelos”. Yo aún lo sigo haciendo cuando me encuentro en este tipo de situaciones. Mis hijos me mandan callar porque lo canto a voz en grito, pero me da igual. Me sienta muy mal que no me dejen pasar.

También están los que en el cine te invaden con su codo. Una cosa es compartir reposabrazos y otra muy distinta es meterle el codo en el costado al que tienes al lado. Una vez, me harté de quitar el codo y empecé a invadir yo también con mi codo al de al lado. Acabamos echando un pulso de codos y a punto estuvimos de pegarnos.

Y si vas en el avión el riesgo es que el de al lado se te duerma en el hombro. Yo ya los veo venir y cuando noto que la cabeza titubeante del de al lado está a punto de reposarse sobre mi hombro, me levanto de golpe dejándola caer bruscamente. Y casi siempre me entra la risa. Aunque si el durmiente es bello, puede que hasta me lo piense y termine dejándole que repose sobre mi hombro. En esos casos, la situación, de molesta o cómica, pasa a convertirse en romántica. Seguro que más de un matrimonio ha tenido su origen en ocasiones como ésta.  Una amiga, un día, prestó su hombro como almohada al de al lado y acabó toda babeada. Fue bochornoso. Y lo peor es que aguantó estoica con tal de no despertar a su vecino de asiento, que para más inri, era su jefe.

Lo mejor es siempre que cada uno ocupe su lugar, física y metafóricamente hablando. Usurpar espacios ajenos está muy mal, invades al otro y le haces sentirse incómodo. Y lo peor es que el prójimo casi siempre suele ser educado y se aguanta sin decir nada, y hasta sonríe y dice “no pasa nada”, con lo que el usurpador, que juega con ventaja, porque es un avasallador dominante, termina campando a sus anchas. Mucho ojo. Los avasalladores usurpadores son una modalidad en abundancia.

¡Feliz semana!

 

jueves, 14 de noviembre de 2024

De casquería y otros menesteres

No me gustan los callos. No me gusta su aspecto, ni su textura. Mi madre los prepara muy ricos, eso dicen, porque yo, hasta la fecha, no me he atrevido a probarlos. De pequeña, pensaba que los callos eran eso, callos, como los de los pies, y no entendía que alguien se los pudiese comer. Luego me enteré de que eran tripas y lo entendí todavía menos. 

En cambio, me encantaban los sesos. En mi casa comíamos sesos rebozados. Comer sesos era como comer nubes o algodón  de azúcar. Al meterte un seso en la boca se deshacía.


No sé si los niños de hoy siguen comiendo sesos. A mí han dejado de gustarme. Desconozco el motivo pero, si de lo que se come se cría, debería volver a comerlos porque me da la sensación de que, de un tiempo a esta parte, estoy perdiendo algún que otro seso, supongo que será la edad. Me surge la duda de si los sesos conservarán neuronas, porque después de todo, los sesos son cerebro. Eso de comer cerebro suena a zombies, a película de miedo.

Tampoco me gustan las manitas de cerdo. En francés se llaman “pieds de cochon”. No sé si serán manos o pies, a mí lo que me parecen son pezuñas, pezuñas gelatinosas. Soy incapaz de probarlas. Comerle la pezuña a un cerdo me parece sorprendente. Suficiente tenemos con comernos el resto de su cuerpo y hasta su sangre. “Del cerdo, hasta los andares”, dice el refrán. Pobre cerdo. En París hay un restaurante especializado en pieds de cochon y está siempre hasta arriba. Gente muy elegante y sofisticada rebañando como locos pezuñas de cerdo como si de una película de Buñuel se tratara.  

Otros se comen las orejas del pobre cerdo. Una vez me atreví a probarlas y crujientes no están mal, pero me da miedo que me crezcan las mías que ya las tengo suficientemente grandes. Las orejas crecen durante toda la vida, no hay más que ver las orejas de los ancianos. La piel cada vez se va haciendo más laxa y poco a poco se va desprendiendo del cartílago. Al paso que vamos, y con una esperanza de vida cada vez mayor, llegará un día en que arrastremos las orejas.

Los higaditos tampoco me gustan. Los peores son unos que tienen forma de pulgar del dedo indice. Hay hígados de cerdo, de pato, de ternera, de buey… Dicen que son muy nutritivos. A la gente le encantan encebollados. Una buena forma de disfrazarlos.

A la gente también le gusta comer lengua, mollejas, criadillas, entresijos, riñones, hasta corazón. Me dan arcadas sólo de pensarlo. No entiendo por qué nos extraña lo que comen los chinos, si nosotros somos peores, ¿o mejores? Todo depende de cómo se mire.

A priori, comer casquería puede parecer un poco “gore” (claro que a los vegetarianos también les parecerá gore comer embutido o un sencillo filete de vaca o hasta un simple huevo). Pero desde otra perspectiva, comer casquería también es ecológico. Porque digo yo que cuanto más se aproveche el animal, mejor será. Y supongo que también ayuda a luchar contra el cambio climático, porque cuanto más aprovechemos de cada animal, menos animales habrá que criar y menor será la contaminación y la producción de gases con efecto invernadero.

La gente ahora ya no toma azúcar, bebe leche de almendra y de soja, come algas, quinoa, semillas de chía, sal rosa del Himalaya, bayas de Goji o amaranto. Con tanta cosa exótica,  no sé si se seguirá estilando la casquería. Quizá algunos jóvenes ni siquiera sepan lo que es.

Yo como chuches y donuts y me regañan. Que cada cual que coma lo quiera. “Dime lo que comes y te diré quién eres”. Pues eso.

Feliz semana.

 

jueves, 24 de octubre de 2024

El "desedadismo"

De un tiempo a esta parte me doy cuenta de que se me están viniendo abajo muchas “barreras mentales”, incluso diría “falsos mitos” relacionados con la edad. Una ya no sabe qué pensar. Los límites se desdibujan.

Empiezo con una constatación que me trae de cabeza: hoy en día, hay madres más jóvenes que sus hijas. No tenemos mas que ver a Demi Moore, madre de tres hijas mayores que ella. Demi Moore es ahora más joven de lo que era en la película Ghost que la lanzó a la fama y que es de 1990. Un misterio.

Un caso mucho más cercano es Isabel Preysler, que se ha convertido, al menos en el Hola, en la hija de su hija, que era de mi edad, al menos de pequeña. Ahora, visto que su madre pretende ser de mi edad, ya dudo de los años que tendrá ella. A Ana Obregón le pasa un poco lo mismo. Debe ser el síndrome de la eterna juventud. Qué obsesión.

Otra falsa creencia está directamente relacionada con la maternidad. Recuerdo que cuando yo empecé a tener hijos, quería tenerlos todos antes de los 40. Se supone que partir de ese momento, el cuerpo ya no está para tanto trote y además aumentan los riesgos para el bebé. Qué tontería. Ahora una puede ser madre a la edad que le plazca. De manera más o menos natural, eso sí, pero se puede, ¿quién dijo que no?. 

Aunque me consta que lo de convertirse en madre a edad madura acarrea a veces algún disgusto,  sobre todo cuando los amigos del retoño te confunden con su abuela. Pero eso tiene solución. Porque ahora los 50 son los nuevos 30, los 70, los nuevos 50 y así sucesivamente. Eso sí, me da la sensación de que el cuello se te sigue arrugando a la misma edad de siempre y eso es irremediable. Te puedes estirar la frente, subir el pómulo, levantar el párpado y hasta rebanarte la papada, pero lo del cuello no hay quien lo solucione.

Pero volvamos a las barreras. La fatídica edad de los 65 tampoco es ya lo que era.  Ahora en muchas empresas te prejubilan a los 55, lo cual, unido a que la esperanza de vida cada vez es mayor, hace que te pases casi más años como jubilado que como empleado en activo. Me asusta pensarlo. No digo yo que no sea tentador eso de prejubilarse a tan tierna edad, pero, con una perspectiva de vida tan larga por delante se me plantean múltiples inquietudes. 

Y a pesar de todo esto, en el telediario sigo escuchando lo de “un anciano de 60 años”. ¿Cómo que un anciano? Pero si con 60 eres un auténtico crío con media vida por delante. 

Por curiosidad he buscado a qué edad comienza la famosa “tercera edad”. Empieza a los 65 años. Dado el devenir de los acontecimientos, habrá que contar con una cuarta y una quinta edad, como poco. Lo cual a la vez choca con el hecho de que los niños cada vez se hacen adultos antes.

Va a ser mejor suprimir esto de las edades. Si uno puede sentirse en cualquier momento hombre o mujer con independencia del sexo asignado al nacer, entonces, digo yo, que cada uno podrá elegir tener la edad que quiera.  Podrá haber niños en las residencias de ancianos y ancianos en las guarderías, todo dependerá de cómo uno se sienta.  

Las implicaciones y consecuencias pueden ser infinitas. Habrá quien decida quedarse en la cuna para siempre y quien, sin embargo, decida madurar de golpe. Lo bueno de todo esto es que a nadie se le pasará ya nunca el arroz. No habrá “relojes biológicos” limitantes. Los ciclos de la vida dejarán de estar condicionados por el entorno social. Cualquier momento será buen momento para cualquier cosa.  ¡Qué dicha, qué felicidad!

¡Feliz semana! 

lunes, 30 de septiembre de 2024

Con chándal y a lo loco

Ayer hablaba con una amiga sobre estos días de final de septiembre en los que una no sabe qué ponerse. "Ropa de entretiempo" te recomiendan. Qué lío. Una no sabe si ponerse el abrigo o seguir con tirantes. Por la mañana te congelas y por la tarde te asfixias. Mi amiga en cambio, práctica y resolutiva, lo tenía claro. "Lo mejor es ir en chándal". Yo la miré atónita. Pensé que estaba de broma. Es una persona que suele vestir bien y que además se gasta mucho dinero en ropa. No me atrevi a responder y me quedé pensativa. 

El chándal ha ganado la batalla al buen gusto. No hay más que mirar a nuestro alrededor. Hoy en día el chándal campa a sus anchas. Hasta las colecciones de los diseñadores de alta costura incorporan chándales. Chándales sofisticados y lujosos pero chándales al fin y al cabo.

Habrá quien me tilde de "pija", de anticuada o de "demodée ". Me da igual. Pero no tengo chándal y creo que nunca lo tendré, aunque quién sabe, no digas nunca de este agua no beberé. Para hacer ejercicio uso unas mallas y una camiseta, ambas del pleistoceno.

El chándal es, o más bien era, una prenda para hacer deporte. A partir de ahí, desconozco las razones que le han llevado a posicionarse como una prenda indispensable en el armario de casi cualquiera ( y digo casi porque espero y confío en que aún queden personas "de mi especie".)

Supongo que habrá gente que lo lleve por pura comodidad, o incluso vaguería. "No hay mejor moda, que la que acomoda" defienden algunos. La gente viaja en avión en chándal, va al supermercado en chándal, pasea al perro en chándal, va a la playa en chándal. Por no hablar del chándal para teletrabajar. Muy cómodo.

La realidad, una vez más, supera la ficción. Ahora hay chándales de Gucci, de Prada, de Versace, hasta de Chanel. Me pregunto si iconos de la elegancia como Audrey Hepburn alguna vez vestirían esta prenda. Me ha sorprendido ver una foto de Lady Di, tan fina ella, en chándal. A Carolina de Mónaco, que yo sepa, aún no la han pillado de semejante guisa.

Y lo mejor es que también puedes combinarlo, que es ya el colmo de la elegancia. Como diría Martirio, chándal con tacones, arreglada pero informal. 


Nada es lo que era. Ahora a los famosos también les encanta ir en chándal. Actores, actrices, cantantes, presentadores....No me extrañaría, tal y como está el panorama,que en breve el chándal irrumpa en el Congreso y empecemos a ver a los señores diputados ataviados con tan cómoda prenda. 

Que un futbolista vaya en chándal es comprensible, aunque me pregunto si nunca se lo quitarán, como si de una segunda piel se tratara. Una vez coincidí con un futbolista famoso en un restaurante e iba en chándal. Él y toda su familia. Seguramente venían de entrenar. Entrenamiento familiar. Aunque no se les veía sudados, gracias a Dios.

El chándal se ha impuesto. No es de extrañar en una sociedad en la que cada vez impera mas el mal gusto y dominada por el todo vale.

Me encanta la gente elegante. Es difícil ser elegante en chándal. Aunque es cierto que la elegancia es independiente del atuendo. Es algo innato que se tiene o no se tiene. Y el que la tiene la mantiene aún vestido de mamarracho.

Mis amigas cuando empecé a ir al gimnasio amenazaron con regalarme un chándal por mi cumpleaños. Me preocupé. Afortunadamente no lo hicieron.

Karl Lagerferd, diseñador de Chanel durante muchos años, decía «un chándal es un signo de derrota. Cuando pierdes el control sobre tu vida, te compras un chándal." Quizá exageraba. Seguramente. Pero, un poquito de sensatez, por favor.

¡Feliz semana!

lunes, 16 de septiembre de 2024

Otras vidas

Llevo tiempo queriendo escribir pero no me sale. Pienso temas. Busco métodos de inspiración. Me concentro. Me relajo. Hago yoga. Leo. Escucho música. Pero nada. Qué tristeza. Mis fans me reclaman, se impacientan. Algunos hasta se preocupan.

“Que las musas me pillen trabajando” decía Picasso. Sigo su consejo y aquí estoy, volcando sobre folio en blanco lo primero que se me pasa por la cabeza.

 Varias ideas me vienen a la mente. Lanzo una. Me pregunto si es bueno pasarse la vida haciendo cosas que en el fondo uno no quiere hacer. Casi todo lo que hacemos cada día son cosas que si pudiésemos elegir, seguramente no haríamos. Madrugar, trabajar, ir a la compra, recoger a los niños en el colegio, preparar la cena… Somos animales domésticos, o más bien domesticados, entrenados para llevar una vida, en la mayoría de los casos, rutinaria.

 Las rutinas son cómodas, conllevan confort, tranquilidad, confianza, pero a veces también cierto hartazgo. Las rutinas nos aletargan, nos adormecen.

Es muy difícil romper la rutina, salirse del carril, pero a veces dan ganas de hacerlo. Dan ganas de asilvestrarse, de saltar del tren, de dejar de dar vueltas a la rueda. Hay quien lo hace, pero para la mayoría resulta más fácil seguir recorriendo el camino tradicional, haciendo en cada momento lo que se espera de nosotros, cumpliendo expectativas. Algunos recorren el sendero con los ojos tapados, de tan bien que lo conocen o quizá por miedo a ver lo que se pierden.

Recuerdo, hace años, que una amiga me dejó su ordenador y por descuido, no cerró la tabla Excel en la que estaba trabajando. Cuando abrí el ordenador me saltó la tabla. Mi amiga tenía su vida absolutamente planificada, año por año. Acabar la carrera, hacer un máster, sacarse un titulo de inglés, sacarse un título de francés, vivir en el extranjero, conseguir novio, casarse… Me quedé atónita al descubrir una personalidad tan calculadora. Me dio miedo. Lo cierto es que fue cumpliendo poco a poco su hoja de ruta y hoy ha llegado a donde quería llegar. Ignoro si es feliz. Supongo que en el camino habrá puesto mucho esfuerzo y sacrificio y que hoy estará orgullosa de los logros y metas conseguidas. 

A lo largo de la vida me he ido encontrando con muchas personas así. Siempre me llaman la atención. A algunas las admiro y las envidio. A otras las compadezco porque en esa vida pretrazada han dejado de ser quienes eran. Probablemente han llegado a ser aquéllos en quienes buscaban convertirse, pero me pregunto si echarán de menos a quienes fueron.

Yo tiendo más al modelo “impulsiva reprimida”. Me gusta mi vida pero de vez en cuando siento deseos de cambiarla, aunque nunca me atrevo a hacerlo. Me atraen las personas que son capaces de dar un giro radical. 

A veces me dan ganas de ser como ellos y me imagino viviendo otras vidas. Me veo viviendo en una isla griega, en un poblado africano, en un destartalado château francés, en la campiña inglesa, o en un monasterio cisterciense. Imagino cómo sería mi vida y cómo sería yo en esa nueva vida.

 Por un momento me veo capaz de ser otra, de empezar de cero, pero luego, poco a poco me voy enfriando. Y entonces, para compensar, supongo, decido cortarme el pelo, cambiar de sitio el sofá, apuntarme a clases de taichi, pintar de verde el salón, o cambiarme de colonia. Y esos pequeños cambios, a menudo infravalorados, me hacen feliz, una felicidad efimera y frívola seguramente, pero  suficiente para permitirme seguir siendo yo, que realmente es mucho más fácil que convertirme de repente en otra.

Feliz semana!