miércoles, 13 de marzo de 2019

Escapada a Marrackech


Acabamos de volver de Marrackech, una ciudad cautivadora a la no iba desde hacía más de 15 años!!Marrackech es una ciudad caótica, bulliciosa, en continuo movimiento. Un estallido de colores, de olores y  de sabores. Una ciudad que atrapa, que engancha, a la que siempre tienes ganas de volver.




Solo hemos estado tres días, pero los hemos aprovechado y sobre todo disfrutado a tope.  Además, hemos tenido la suerte de alojarnos en un Riad ideal, un auténtico remanso de paz y buen gusto en pleno centro de la Medina, donde nos han tratado genial y nos hemos sentido como en casa.





Si tengo que elegir mis “must”, mis “imperdibles de Marruecos”, ahí van:

La Plaza Jemaa el Fna. Es el centro neurálgico de la ciudad. Probablemente la plaza más famosa de todo Marruecos. Llena de gente, de aguadores, tatuadoras de Jena, echadores de cartas, cuentacuentos, domadores de serpientes, amaestradores de monos y todo tipo de personajes variopintos, hasta vendedores de dentaduras postizas hay!! Siempre está llena de gente, a todas horas. No siempre es fácil esquivar a la serpiente, aclarar que no quieres que te pinten la mano con jena o huir del mono antes de tenerlo encaramado a tu hombro, pero aún así,  merece la pena recorrer sin prisa la plaza de un extremo a otro, sin perderse nada de lo que ocurre al mismo tiempo a tu alrededor. 






Y por supuesto, no puede faltar una puesta de sol desde algunas de las terrazas de la Plaza, disfrutando de un rico té a la Menta, un “momento retina” absolutamente mágico, de esos que uno siempre debe conservar en su memoria. En nuestro caso,  fuimos testigos de un maravillo atardecer desde la terraza del Café de France, todo un clásico de la ciudad.


Otro de los grandes planes de Marrackech, sin lugar a dudas, es el zoco, un laberinto lleno de tiendas y puestos donde te comprarías de todo. Alfombras, babuchas, especias, lámparas, cerámica, teteras, collares, pendientes, bolsos , cestos….  Eso sí, sin parar de regatear, lo cual personalmente me resulta completamente agotador hasta el punto de desistir. 









En el zoco, el tiempo pasa sin que te des cuenta, recorres calles, vas y vuelves, te pierdes y te encuentras. Aunque hay tiendas que te aconsejan visitar, como la famosa Moustafá, mi consejo es dejarse llevar, deambular sin rumbo fijo, eso sí, si algo te gusta, cómpralo en el momento, porque cuando luego quieras volver a por ello, ya nunca lo encontrarás!!





Dentro del zoco hay zonas dedicadas a los distintos  gremios: el zoco de las babuchas, el del hierro forjado, el del cobre, el del cuero, el de la lana…. Merece la pena visitarlos todos. Nosotros lo hicimos acompañados de un guía con el que visitamos algunos talleres artesanales y pudimos comprobar el duro trabajo que hay detrás de muchos productos por los que luego los turistas no dejamos de regatear.  





También visitamos un taller de alfombras, con salas inmensas forradas de kilims maravillosos que te trasladan al mundo de Aladín y su lámpara maravillosa.



Tampoco hay que perderse la Plaza de las especias, que tiene muchísimo encanto. Es un buen sitio donde ir a comer porque hay varios restaurantes muy recomendables como el Nomad, con ambientazo, y desde cuya fantástica azotea se ven una de las mejores vistas de la ciudad, con los picos nevados del Atlas de telón de fondo. Otro muy agradable, y más de batalla es el Café des Épices, en la misma plaza, con una azotea también muy chula.




Pero no todo es comprar y regatear.. En el interior de la Medina, hay  varias monumentos que merece la pena visitar, como la Mezquita Koutubia, con su magnífico minarete, el Palacio Badí y el Palacio Bahía, en el sur, o  el museo de Marrakech, en el norte, ubicado en un precioso palacio de finales del siglo XIX. 



Me encantaron también las tumbas saadies, un recinto en el que llama sobre todo la atención la soberbia sala de las doce columnas, en mármol blanco de Carrara.  Muy cerca está el barrio judío con sus callejuelas, que también recorrimos.

ç




Un poco más alejado merece la  pena visitar el Jardin Majorelle, adquirido y restaurado en 1980 por Yves Saint Laurent y Pierre Bergé, al que llegamos en calesa de caballos. Un paseo muy bonito. El jardín es un oasis de árboles tropicales, cactus y bambús, donde el verde profundo de la vegetación contrasta con el morado de la buganvilla y sobre todo, con el azul intenso de las paredes, azul “Majorelle”, un oasis azul dentro de la ciudad roja.




Y si te apetece algo “turístico” pero muy divertido, lo mejor es irse al Palmeral y darte un paseo en camello. Nos lo pasamos pipa!! Además, prácticamente te disfrazan (chilaba y turbante) con lo cual te metes completamente en el papel y hasta berebere te sientes!!!




Y si después de la locura del zoco aún  te quedan ganas y energía, nada como disfrutar de la noche marroquí. Es impresionante los restaurantes cosmopolitas y glamurosos que hay en Marruecos. Nosotros estuvimos en dos: Le Foundouk y Bo Zin. El primero era una antigua posada donde paraban las caravanas de mercaderes. Es muy difícil llegar a este restaurante, así que te recoge a pie de taxi un señor ataviado con chilaba y con farolillo en mano (forma parte de su atractivo!)  Y el segundo, es puro glamour y está animadísimo, con un jardín interior maravilloso. Los dos nos encantaron y en los dos cenamos muy bien y disfrutamos del mejor ambiente de Marruecos. El perfecto broche final para dos días muy intensos y agotadores.

En fin, que no hemos parado, volvemos agotados pero encantados!  Marrackech es una gran ciudad, a la que espero volver pronto. 

Y como siempre, lo mejor… la compañía!!!




Feliz semana!!!