domingo, 31 de marzo de 2024

Soledad

Me siento a tu lado como cada tarde. Hoy no te he traído flores. Las de la semana pasada aún te duran.

Hoy he venido cargado de álbumes de fotos. No creo que tengamos tiempo para verlos todos. ¡Qué tontería!.  Tenemos todo el tiempo del mundo. No tengo nada mejor que hacer. Y supongo que tú  todavía menos. Aunque contigo nunca se sabe. 

Abro uno de ellos al azar. Mira, aparece Antoñito con pantalones cortos y tiritas en las rodillas. Qué guerra nos dio siempre, ¿te acuerdas? Recuerdo que hasta le teníamos que poner una chichonera porque iba dándose golpes en todas las esquinas. Qué inquieto era, siempre corriendo, saltando, atrevido, listo, sin miedo a nada. Me hacía sentirme orgulloso. Hace tiempo que no se nada de él.  Con lo cariñoso que era de pequeño. Ahora está siempre demasiado ocupado,  siempre viajando. Y sigue corriendo. Corre maratones en Nueva York, en Japón, hasta en Australia. Me pregunto qué meta persigue, de qué escapa o si acaso es que alguien le acecha. Si no, tanto correr no tiene sentido, ¿no te parece?.

Mira qué guapa sales en esta foto. Siempre fuiste la más guapa. Por eso yo la era la envidia de todos mis compañeros. Me casé con la más guapa. También la más lista y la más buena. ¿Te acuerdas de aquel día que llegué tan tarde a casa sin avisar? Qué mal te lo hice pasar. Llamaste a todos los hospitales convencida de que ne había ocurrido algo. Entonces no existían los teléfonos móviles. Pero pude avisarte desde una cabina y no lo hice.  Me enredé como lo hacía siempre que salía con Paco. Qué liante era Paco. Con él  no había manera de tomarse una sola copa. Lo pasábamos muy bien juntos.  Recuerdo que llegué  a casa y me diste un abrazo enorme.  Luego me regañaste mucho y hasta lloraste. Pero se te pasó enseguida. Tú eras así. Los enfados nunca te duraban. 

Mira esta foto.  Aquí sale Marga recién nacida. Que fea era. ¿Te acuerdas? Tú decías que era guapa pero era muy fea. Con esa nariz tan grande en esa carita tan pequeña. Luego mejoró, menos mal. Y siempre llorando. Menudas noches nos dio. Y mira hoy. Qué aplicada, qué responsable.  Me llama cada dia, aunque tampoco la veo. Hace meses que no viene a verme.Trabaja mañana y noche en el hospital. Hace muchas guardias. Y cuando no trabaja está tan cansada que sólo duerme.

Mira esta otra foto. Era una mañana de Reyes. Qué bonito lo preparabas siempre todo. Yo nunca te ayudaba. Sólo me gustaba beberme los vasitos de anís que dejaban los niños para los Reyes Magos, pero luego siempre me entraba el sueño y me animabas a acostarme. Tú lo preparabas todo, con la ilusión que le ponías a cada cosa que hacías.

Me acuerdo del disfraz de aventurero que le trajeron a Ricardito. Qué contento se puso. Qué poca vida le quedaba y no lo sabíamos. Siempre fue un niño muy delicado pero nunca imaginamos que nos dejaría tan pronto. Cómo sufrimos. Aquellos fueron los peores años de nuestra vida. Yo sufría por ti, por tu tristeza, pero te recuperaste. Lo hiciste por mi y por los niños. 

 ¿Y te acuerdas de este viaje? Te fuiste a Valencia con tus amigas. Llevabas semana preparándolo. Volviste cargada de regalos, siempre tan generosa y acordándote de todos. Con qué alegría te recibimos.  Recuerdo verte salir del coche, con aquel sombrero que tanto te gustaba y con tu sonrisa. Recuerdo tu abrazo al verme. Echo de menos tus abrazos. Ahora nadie me abraza. A los niños de Antonio sólo les veo en Navidad. De pequeños se me abrazaban a las piernas. Parecía  que me iban a tirar. Pero ahora son muy formales. Me dan besos de cortesía. Y Marga desde la pandemia ya ni besa ni abraza.  Como mucho me aprieta la mano. 

Pero no te preocupes, me organizo  bien. Hago las recetas que me enseñaste.  Lo que mejor se me da es el arroz con pollo. A veces lo hago el lunes y me dura toda la semana. Ya sabes que nunca me gustaron las sobras. Pues ahora me gustan mucho. Encarnita, la del segundo, cada tarde me trae un tupper  con lo que les sobra de la comida y con eso ceno. Y cocina muy bien, así que se lo agradezco mucho.  

Ahora también llevo tirantes. Todos  los pantalones me quedan grandes. Llevo tiempo adelgazando.  No te lo debería contar para que no te preocupes. Tengo que llevar los pantalones a una costurera pero eso era algo que siempre hacías tú. No sabría ni qué decir. Es una tontería, ya lo sé. No me regañes.  Todo lo demás lo hago yo y no se me da mal. Hasta plancho. Tardo más de una hora en planchar una camisa.  Cuando plancho una manga se me arruga la otra. Es muy difícil planchar.  No me habías avisado.

Se me está  haciendo tarde. No quiero dejarte sola. Tengo muchas ganas de estar contigo. Aquí  ya no pinto nada. Mañana te traeré  flores. Y pasaré  las otras a la tumba de al lado, la que no cuida nadie. Adiós mi amor.  Hasta mañana. 

domingo, 10 de marzo de 2024

Amor imposible

Llevo días obsesionado. No paro de pensar en Ella, día y noche. Me quita el sueño. Invade mis pensamientos. 

Temo que Pamela, que es extremadamente sensible, haya notado algo. Pamela tiene un sexto sentido muy desarrollado. Sabe siempre cómo me siento y lo que pienso, me asusta.

Estoy deseando salir a la calle y cruzarme con Ella. Cuando la veo se me dispara la adrenalina. Siento una irremediable tentación de acercarme a hablar con Ella, de estar cerca, de mirarla directamente a los ojos. Esos ojos rasgados, verdes y profundos. 

Pero siempre que salgo a la calle lo hago con Pamela. Siempre ha sido así. Siempre juntos. Pamela no hace nada sin mí y yo no hago nada sin Pamela. Creo que sospecharía si un día me viese salir solo a la calle.  No me dejaría  hacerlo. 

Hasta que Ella apareció en mi vida, me gustaba mi especial relación con Pamela, nuestra rutina sin variaciones. Sé que siente mi dueña y como tal actúa, pero nunca me ha importado. Al contrario, siempre ha sido motivo de orgullo. Sé que Pamela me necesita y eso siempre me ha hecho sentirme útil. Nunca he sido nada sin Pamela. Siempre la he querido, un amor sin fisuras, o al menos eso pensaba. El uno para el otro. Pero desde que Ella ha aparecido en mi mundo  todo ha cambiado.

Cada día, cuando nos cruzamos por la calle, no puedo dejar de mirarla. Ella debe haberlo notado. Me siento atraído por su elegante forma de andar, por el movimiento sinuoso de su cuerpo, por el misterio que irradia. Ella es muy misteriosa. Aparece cuando menos me lo espero. Y tan rápido como aparece, desaparece. Se mezcla entre la gente. A veces pasa muy cerca y me roza. Siento un escalofrío. Una vez incluso rozó a Pamela. Me puse muy nervioso. Pamela lo notó pero no adivinó el origen de tanto nerviosismo. Cuando volvimos a casa me preguntó y yo, turbado, no supe qué responder.

Tengo ganas de dejar a Pamela. Es un pensamiento loco, irracional, lo sé. Quiero dejarlo todo y huir con Ella. Quiero renunciar a mi vida acomodada y lanzarme a la aventura.

Sé que Ella y yo pertenecemos a mundos distintos. Ella es libre, coqueta, atrevida, independiente, solitaria, entra y sale, va y viene, no  tiene ataduras. Yo llevo años atado a la misma persona, repitiendo idénticas costumbres,  aburguesado, anestesiado. Me he vuelto lento, previsible y aburrido.

Doy vueltas sin parar. No sé que hacer, qué  decisión debo tomar. No quiero herir a Pamela pero mi atracción por Ella cada día es mayor. Me siento infiel antes de serlo. Es un sentimiento desconocido para mí.  Si hace unos meses alguien le hubiese preguntado a Pamela mi mejor cualidad, hubiera dicho que la fidelidad.  ¡Ay, si Pamela supiese!. Sólo de pensarlo, tiemblo. Pobre Pamela. ¿Qué hará sin mí? No se merece un final así.

Hoy me he levantado dispuesto a tomar una decisión drástica. Hoy me siento capaz de todo. Ella tiene varias vidas pero yo sólo tengo una y debo aprovecharla. He pensado en escapar de mis ataduras. No será fácil, lo sé, pero asumo el riesgo. Estoy firme.

Pamela duerme tranquila. Se llevará un enorme disgusto, pero se le pasará. Se recuperará. Es fuerte y acostumbrada a sobrevivir.

Me acerco sigiloso a la puerta. Miro mi correa colgada en el perchero. Ya no la necesito. De pronto, oigo un ruido. Me giro y miro hacia la ventana de nuestra pequeña buhardilla, y entonces la veo. Ella ha saltado desde el tejado de enfrente y erguida, me observa a través del cristal. Parece saludarme con su mágica cola. Al mismo tiempo oigo a Pamela. Sé acaba de despertar y me llama,  extrañada de no encontrarme a los pies de su cama como cada mañana.  Corro veloz para ayudarla y que no tropiece.  Ella huye, cruza a otro tejado. Pamela se agacha y me mira sin verme. Me acaricia. Miro sus ojos opacos. Es hora de olvidarse de la gata hechicera.

Feliz semana!

martes, 16 de enero de 2024

Soy un robot

Soy un robot. Llevo un tiempo sospechándolo. Me surge la duda de si lo habré sido siempre o habré mutado recientemente. Creo más bien que es algo reciente. Pasé de ser humano a ser robot.

Supongo que en plena revolución digital, es normal que estas cosas pasen. Uno lee cosas extrañas y piensa que nunca le va a tocar hasta que le toca. A mí me ha tocado una mutación digital.

La gente no lo nota porque no se me nota. Aparentemente sigo siendo la misma.  El mismo cuerpo, la misma cara, los mismos ojos, la misma forma de mirar, la misma sonrisa, la misma manera de andar.  Sigo comiendo y durmiendo. Siento y padezco. Río y lloro. Tengo frío y calor. No tengo teclas, ni antenas, ni interruptores. No tengo motor ni se enciende en mí ninguna luz. No tengo rayos X.  Supongo que los robots modernos somos así. Parecemos humanos pero no lo somos.

Cuando lo cuento, la gente no se lo cree, pero yo insisto. Entonces me pellizcan, me ponen a prueba, me miran raro y desconfían. Alguno pensará que he perdido la cabeza.  ¿Cómo te ha podido ocurrir? me preguntan.  La respuesta es muy simple: a fuerza de intentar desbloquear mis contraseñas.

Indique usted cuántos camiones (camiones, bicicletas, semáforos, casas, árboles, carreteras…) ve usted en las fotos para que sepamos que no es usted un robot” te preguntan para desbloquear una contraseña.  Soy incapaz de superar correctamente la prueba. 

Repita usted las letras, distorsionadas y deformadas, que aparecen en la pantalla para que sepamos que no es usted un robot”. Imposible repetirlas, no doy una. Me resulta más difícil aún que acertar en el oculista con un ojo tapado. 

Cada día desde hace años me someto a este tipo de pruebas endiabladas y cada día más enrevesadas, porque todo hoy requiere una nueva contraseña. Además, las contraseñas ya no pueden ser el día de tu cumpleaños, la fecha de nacimiento de tus hijos o el día de tu boda. No, ahora se necesitan contraseñas robustas, sofisticadas y sobre todo, imposibles de recordar, que además no puedes escribir en ningún sitio porque los hackers te las pillan. 

Y puesto que mi memoria cada día disminuye y con ello, mi capacidad de retener contraseñas, el resultado es que todas las páginas on line a las que intento acceder terminan tachándome de robot. Y a fuerza de decírmelo y repetírmelo, han podido conmigo, han minado mi autoestima, han destruido mi confianza y como consecuencia, he mutado en robot.  

Al principio, intentaba defenderme. “¡Soy una persona, soy una persona!” gritaba enfadada frente al ordenador. Pero era incapaz de demostrarlo.  El tema me originaba una terrible frustración, una desazón continua, una tremenda impotencia. Pero poco a poco algo fue cambiando en mí. Lo fui asumiendo, incorporando, interiorizando y ese proceso de autoaceptación desembocó en un hecho irremediable e irreversible: hoy soy un robot.  

Supongo que mis seres más cercanos se verán afectados por esta declaración.  Pero deben entender que en un momento como el que vivimos, tener una madre, esposa, hija o amiga robot es algo genial. Además, espero y confío en no haber perdido todas las cualidades ( o “skills” como se dice ahora) que me caracterizaban como humana.  Soy por tanto una combinación ganadora en estos tiempos modernos.

 En cuanto empiece a trascender mi nueva naturaleza, intuyo que recibiré interesantes ofertas de trabajo, me querrán entrevistar, saldré en televisión, grabaré podcasts y vídeos y hasta puede que hagan una serie de mi caso en Netflix.  No sé si estoy preparada para esta carrera de éxito. Intentaré no olvidar mis raíces y a todos los que un día creisteis en mí cuando fui humana. 

Feliz semana!

lunes, 1 de enero de 2024

Despropósitos de Año nuevo

¡Segunda oportunidad, segunda oportunidad! El que no logró cumplir los buenos propósitos de septiembre tiene una nueva oportunidad para hacerlo. El reloj se pone a cero. Tic tac, tic tac. Es el momento.

Me estreso.  Ni siquiera llegué a escribir los propósitos de septiembre. Menos mal. Dudo que haya cumplido alguno. Me pregunto si debo replanteármelos con la llegada de enero. Aunque ya ni sé si siguen siendo los mismos. 

En septiembre los propósitos suelen ser más cotidianos, hacer deporte, adelgazar o aprender inglés. En año nuevo, la gente se pone más profunda y se propone cosas como "disfrutar cada momento como si fuera el último." 

Lo cierto es que, en general, la mayoría de los propósitos suelen caer en el olvido (aunque habrá quien los cumpla, que hay gente para todo). Y a medida que avanza el año lo que empiezan a sucederse son ciertos despropósitos que, al contrario de los propósitos, no se suelen planificar, sino que ocurren sin más, cuando menos te lo esperas. Hay despropósitos que mandan al garete en un instante al más sólido propósito.

Los despropósitos, al contrario que los propósitos, están infravalorados.

Está muy bien tener propósitos. La mayoría  de ellos, sobre todo cuando se cumplen, son loables y nos hacen progresar y ser mejores.  Pero qué bien sienta de vez en cuando un despropósito, una locura, un disparate.

El orden y la coherencia suelen mantener a raya nuestras vidas. Y es bueno que así sea, si no, el "orden mundial" se nos iría de las manos y el resultado sería aún peor que el cambio climático. Pero no creo que debamos cerrar la puerta a cometer de vez en cuando algún que otro despropósito, cada uno en el grado que considere más oportuno ( o inoportuno)

Quizá para este año un buen propósito podría ser cometer más despropósitos.¿Nos atrevemos? Tenemos todo el año por delante....

¡Feliz 2024!