lunes, 18 de diciembre de 2023

Buscando la paz

Leo hoy que lo que ahora está de moda para luchar contra el estrés y encontrar la paz y el equilibrio es abrazar vacas. La gente en Inglaterra paga 60 libras por pasar un rato en una granja abrazados a una vaca, a la cual, supongo, alguien habrá tenido antes que domesticar. Yo a veces no distingo bien una vaca de un toro ( hay vacas muy bravas) así que, cuando lo pienso me da miedo.

Dicen que la temperatura corporal de las vacas es más alta que la nuestra y que tienen un pulso más bajo, por eso acurrucarse a su lado hace que te sientas muy a gusto. No dicen nada del olor. 

Otros abrazan caballos. Un caballo, así a priori, lo veo más amigable. Dicen que los caballos son sensibles y que pueden sentir tu tensión o tu tristeza y "que reaccionan sin juzgarte".  Me tranquiliza no ser juzgada por un caballo. Lo que no estoy segura es si vale abrazar a un pony o a un burro. Un burro parece menos "cool" aunque resulta muy navideño.

Hay quien abraza árboles. Lo probé  hace poco y no sentí gran cosa. Además hay que tener cuidado porque si lo abrazas muy fuerte es malo para el árbol y no se si encontrarás la paz pero a lo mejor hasta te cae una multa. 

Es curioso ver las maneras tan distintas y a veces tan complicadas que algunos tienen de buscar la paz interior mientras que a otros les basta con mirar el fuego de una chimenea, escuchar el sonido del mar,  disfrutar de un atardecer, o sentarse ante un altar.

Una amiga hace poco me dijo que sus mayores momentos de paz los alcanza cuando hace yoga a 45 grados de temperatura. Sólo de pensarlo me mareo,  pero la práctica tiene muchos adeptos así que algún efecto debe surtir. Otra amiga, para encontrar el equilibrio, necesita enfrentarse a pruebas de extremo rendimiento y corre maratones por el Sáhara y cosas así. Yo, que no me veo capaz ni de correr hasta la esquina, cuando me lo cuenta me siento un ser inferior.  Luego se me pasa.

Hace unos días vi la película Libres sobre la vida monacal.  Me encantó. Varias frailes y monjas de clausura cuentan sus vidas. Todos ellos transmitían un enorme sosiego. Sentí ganas de experimentar algo parecido. Parece que, de momento, lo de hacerme monja  de clausura no va a poder ser por una serie de razones que no vienen al caso. 

Me fascina la gente que transmite paz. Ojalá pudiese tenerlos siempre cerca. De la misma manera, intento huir de los que me la quitan, pero es prácticamente imposible, porque me acechan. Como no puedo escapar de los raptores de paz, lo que debo hacer es protegerla muy bien, cuando la tengo, porque a menudo la pierdo. Construir a su alrededor un muro resistente que cueste derribar.  Estoy buscando las mejores herramientas para hacerlo. Dudo que abrace vacas, suba al Himalaya  o corra maratones pero vaya por delante mi admiración para aquellos que de un modo u otro logran alcanzar la paz en este mundo frenético. Tiene su mérito.

Feliz semana!

lunes, 4 de diciembre de 2023

Calcetines sueltos

Siento un especial cariño por los calcetines sueltos. Me resisto a asumir que nunca encontraré a su pareja. En el fondo de mi cesto de la plancha hay siempre una capa de calcetines sueltos esperando que aparezcan sus iguales. 

Los calcetines sueltos  son uno de los grandes misterios de la Humanidad. Ni el agujero de ozono ni el mismísimo Triángulo de las Bermudas superan el misterio de los calcetines que desaparecen y nadie sabe a dónde han ido a parar.

Me pregunto si habrá lavadoras devoradoras de calcetines. Es una posible explicación. Lavadoras malvadas que disfutan destrozando parejas y triturando a uno de sus componentes.

Otra posible explicación es que algunos calcetines huyan por decisión propia, cansados de andar siempre al unísono del otro. No es tan raro. Andar siempre a la par debe resultar agotador. Pero... ¿ a dónde irán?

De ser así, siento tristeza por los pobres calcetines abandonados a su suerte. A un calcetín desparejado le cuesta recuperar su vida. Está practicamente abocado a acabar en la basura. Como mucho, le emparejarán por error con otro impar, pero rápidamente alguien se dará cuenta y deshará la nueva pareja. 

La vida suele tratar injustamente a los calcetines sueltos. Da igual que sean bonitos, caros, originales o calentitos, si no tienen pareja su futuro es incierto. 

Quizá alguno tenga la suerte de acabar en manos de una madre creativa. En tal caso podrán convertirse en marionetas con ojos y boca o hasta en un jersey para el hamster. Las madres creativas son capaces de hacer mil cosas con un calcetín desparejado. Pero me temo que son las menos. La mayoría, cansadas de buscar al compañero, terminan por tirar el pobre calcetín viudo.

A veces he encontrado calcetines escondidos en los lugares más recónditos. Una vez encontré un calcetín en el congelador, entre los hielos. Nunca supe cómo fue a parar allí. Me puse contentísima cuando fui al cesto de la plancha y allí encontré a su pareja abandonada hace años. Qué alegría les debió dar reencontrarse. Para celebrarlo, me los puse y salí descalza y orgullosa a dar un paseo. Desde entonces nunca jamás tiro un calcetín suelto.

Un día, un amigo me dijo que él siempre se ponía los calcetines desparejados, que le aburría que fueran iguales. Me gustó la idea. De vez en cuando la he puesto en práctica. 

Otras veces me veo tentada de convertir mi colección de calcetines sueltos en una bufanda o hacer una escultura con ellos, quizá así cobrarían nueva vida. Pero en el fondo, soy una romántica y prefiero pensar que un día volverá su amado y de nuevo patearán juntos la vida.

Feliz semana!!