domingo, 25 de julio de 2021

Horterismo radical

 

Ayer fuimos a tomar una copa a una terraza que nos encanta.  Es una terraza preciosa con una vista espectacular al Palacio de Oriente. Una maravilla. La noche acompañaba, con una luna llena grandiosa iluminando el cielo de Madrid.  Es un sitio al que nos gusta ir porque a pesar de ser precioso es poco conocido y no suele haber mucha gente.

Hacía tiempo que no iba, la verdad, y me quedé descolocada al ver el ambiente. Sé que cuando mi amigo Toni lea este post me dirá que soy una pija, hasta snob. Me da igual. Además le diré que es como decir que alguien es de Vox o de extrema derecha por llevar una pulsera de la bandera de España. Absurdo. La bandera es de todos. Es patrimonio nacional. Pues bien, el buen gusto o al menos, el mínimo gusto también debería serlo, creo yo. Y ya se que para gustos los colores. Y que quizá para otros la hortera sea yo. Pero hay que cosas que no se entienden. 

El entorno de ayer pegaba, al menos para mi, que soy muy peliculera, para gente como  de las películas de antes. Cary Grant, con su traje impecable, guapísimo, apuesto. Andrey Hepburn, elegante  siempre y en todo momento. Grace kelly, divina. Todos allí charlando con su copa de Martini frente al imponente Palacio Real.

Pero qué va! El mal gusto imperaba a sus anchas. La que teníamos al lado iba directamente en sujetador. Tal cual. En sujetador blanco de encaje con una especie de tul tapándose el ombligo. ¿Tu madre te ha visto salir de casa con semejante guisa? me dieron ganas de decirle. Otro debía venir directamente del gimnasio. Si  no, no me lo explico. Con una especie de leggins apretados, camiseta como de rejilla y por supuesto, zapatillas de deporte ( que, lo siento, pero por muy de moda que estén, tienen su momento y su lugar). Otra, de metro ochenta y 80 kilos como poco, en un pantalón tan corto que enseñaba media cacha por cada lado. Sin olvidar al niño con la camiseta del Atleti. 

Ya sé que, como me dice a menudo mi hermana, cada uno hace lo que le da la gana. Estupendo. Me parece muy bien. Por eso mismo yo también opino lo que me da la gana. Y opino que es una pena que cada vez más se esté imponiendo  el horterismo más radical. Me maravilla  por ejemplo ver en las fotos cómo iban mis padres a la Universidad. Ellos con traje y corbata y ellas con su falda estrechita y su medio tacón. Igualito que ahora. 

Ya se que los tiempos han cambiado. Que ahora somos más prácticos, más modernos y más ecológicos.  Pero insisto, el horterismo nos está invadiendo. Ni te cuento ya si te vas a la playa. Los looks son tales que dan ganas de salir corriendo.  Claro, que no hay más que encender la televisión para ver lo que se estila ahora. Una pena. No me extraña que cada día sea más difícil conseguir que un niño se ponga una camisa, como si le estuvieses obligando a ponerse un sayo o algo así. Es mucho más cómodo ir en chándal todo el día.

No pido yo que seamos todos como la familia de Carolina de Mónaco. Tampoco hace falta ir todo el día de revista porque resulta agotador, pero por favor, un poquito de gusto y decoro no le vendría mal a unos cuantos, digo yo. Es mi opinión. I miss you Cary Grant!

Feliz semana!

martes, 13 de julio de 2021

Oda a las pipas

Recuerdo que cuando era pequeña mi padre no nos dejaba comer pipas. Yo lo llevaba fatal porque me encantaban las pipas. Ahora no le puedo entender mejor. "Cuando seas padre, comerás huevos" dice el refrán. "Cuando seas mayor, prohibirás comer pipas" añado yo.

Escribo estas líneas desde un avión. Los tres que llevo sentados delante van comiendo pipas. Reconozco que con la edad me estoy volviendo muy maniática pero lo de comer pipas en determinados sitios y desde luego, uno de ellos es el avión, debería estar rotundamente prohibido. El ruidito es infernal. El olor penetrante. Y todo lo que va asociado a la mecánica de pelarlas es intolerable en un avión y más en plena era COVID. Porque, por supuesto, las comen sin mascarilla. Las meten en la boca enteras y escupen las cáscaras. He pedido a la azafata que me cambie. Yo esto no lo soporto.

Una vez me pasó en el cine. Otro de los sitios en el que las pipas deberían estar prohibidas. Si me siento al lado de uno que come pipas o me voy o me sacan pero con esposas porque he agredido al de al lado. Me ataca los nervios. Literal. Me saca de mis casillas. Saca lo peor de mí. De hecho creo que en el cine, en general, debería estar prohibido comer, salvo palomitas, en aras a la tradición. La gente hoy en día come de todo en el cine. Nachos con queso y guacamole, por ejemplo.¿A quién se le ocurre vender nachos en el  cine? Yo de verdad que no lo entiendo.

Me maravilla la gente a la que no les molestan estas cosas. Que son capaces de aislarse y ver tranquilamente una película mientras oyen al de al lado rumiando nachos. Les envidio. Yo me concentro en el crujir de dientes y me desquicio. Es inevitable.

Tampoco aguanto a los que mascan chicle. Ni te cuento ya si hacen pompas. O a los que se comen las uñas hasta la saciedad. O a los que hacen ruido cuando beben. O a los que hablan por teléfono en el tren y gritan como si estuviesen solos. O a los que llevan a tal volumen los cascos que todos los que estamos a su lado tenemos que tragarnos el reggaeton de turno. Ni a los niños chillones a los que hay que aguantar por el mero hecho de que son niños.

Prefiero no seguir con la lista porque me temo que es interminable. Quizá yo sea maniática y tiquismiquis. Quizá. No lo niego. Quiza deba adaptarme mejor a la vida moderna, a los espacios colaborativos, a los nuevos formatos, o hasta a la famosa alianza de las civilizaciones. Quizá. Pero también creo que abunda, y desgraciadamente, cada vez más, la gente muy maleducada. Me pregunto si no estaremos poniendo mucho foco en el inglés, la tecnología, las matemáticas y la robótica, y estaremos en cambio descuidando la educación más básica, las normas mínimas de convivencia. Sueño con el  convento. 

 
Feliz semana!