lunes, 25 de septiembre de 2017

La gorda misteriosa

Hasta hoy no me había atrevido a contárselo a nadie. Pero este verano me ha pasado una cosa muy misteriosa. Cada tarde, a la hora de la siesta, en mi cama aparecía una gorda. Tal cual, una gorda completamente desconocida. Una gorda como las de Botero. Inmensa, desparramada en mi  cama. 

Siempre aparecía en el mismo momento. Justo cuando me debatía entre dejarme llevar por el sopor más absoluto y abandonarme definitivamente al sueño o levantarme de un salto para irme a la playa. En ese instante, aparecía la gorda indolente mirándome con ojos de cordero degollado y yo claro, me quedaba inmóvil. Porque al principio me daba miedo. ¿Que hace ésta en mi cama? Pensaba yo.

Pero a medida que sus apariciones se iban repitiendo, le fui perdiendo el miedo y me acostumbré a su presencia. A veces también aparecía por la mañana. Sonaba el despertador que me había puesto para salir a caminar por la playa y al girarme para apagarlo, ahí estaba la gorda de nuevo. Henchida, rellenita, comodona, ocupando bien su espacio, o más bien el mío. Yo de nuevo me quedaba quieta sin atreverme a mover un músculo y al final  no salía a andar, impactada con aquella presencia. Hasta que la gorda desaparecía, yo no me atrevía a levantarme de la cama.


Otras veces la gorda aparecía a la hora del aperitivo en la playa. Sentada en una silla en el chiringuito, repanchingada, plena, rebosante, desbordada. Nadie la veía, sólo yo, pero ahí estaba y su presencia me impedía irme a casa a comer, a pesar de tener la comida esperándome. Mejor me quedo, pensaba yo, y le seguía dando al tinto de verano inhibida por aquella presencia tan perturbadora pero que cada vez me resultaba más agradable.

Al final me acostumbré a su presencia y le tomé cariño. Me gustaba tenerla conmigo a veces.
Pero de repente mi gorda ha desaparecido. Hemos llegado a Madrid, ha  empezado septiembre y  he dejado de verla. La echo de menos. Desearía tenerla a mi lado de vez en cuando, lo reconozco, pero ya no está.

A veces me da la impresión de verla pero es algo fugaz. Rápidamente desaparece. Ocurre sobre todo los fines de semana pero sus apariciones son efímeras. Apenas aparece unos instantes y rápidamente se va. Entonces los que aparecen son mis hijos. Hay que llevarles al tenis, al fútbol o un cumple, hay que ir a Mercadona, a misa o al médico, hay que forrar libros o limpiar zapatos y claro todo eso se impone a la gorda…. 

Y entonces he caído. Mi gorda era aquella maravillosa y deliciosa pereza que invade los días de verano, cuando las obligaciones desaparecen,  cuando no hace falta despertarse si no quieres, cuando puedes seguir durmiendo la siesta si es lo que te apetece, cuando no hay horarios ni imposiciones, cuando los aperitivos se alargan, cuando las sobremesas son eternas, cuando un tinto de verano te lleva a otro, cuando cada uno lleva su ritmo y no el del jefe, cuando nada es obligatorio… Bendita pereza veraniega cuánto te echo de menos!!!!!!!!!!!!

Feliz semana!!

viernes, 15 de septiembre de 2017

Los milagros existen

Hoy toca un cuento...

Marta y Nacho siempre habían querido tener hijos. Los dos eran muy niñeros. Se les caía la baba con sus sobrinos. Llevaban varios años casados pero los niños no llegaban. Los dos se habían hecho miles de pruebas y aparentemente todo estaba en orden.

Un día Marta fue a recoger los resultados de las últimas pruebas a las que se había sometido. Malas noticias. Lo intuyó desde que entró en la consulta y  miró al médico. Tienes una enfermedad grave, muy grave. Le dijo el médico. No ha dado la cara hasta ahora pero la tenías latente todos estos años y por eso no te quedabas embarazada. Lo siento Marta. No sólo no podrás tener niños sino que tu esperanza de vida es corta, muy corta. Nacho y ella se quedaron destrozados con la noticia. No esperaban un mazazo así.


Ese mismo día al llegar a casa Marta empezó a sentiré mareada. Será el disgusto pensó. Pero el mareo y el malestar seguían y seguían. Volvió al médico y cuál fue su sorpresa cuando el médico asombrado le dijo que estaba embarazada. No sabía si reir o llorar. Estaba tan feliz y a la vez se sentía tan desgraciada. Porque el pronóstico sombrío de su enfermedad continuaba siendo el mismo.

Marta era muy creyente y decidió afrontar la vida día a día. De momento seguiría con su embarazo, tendría su hijo. Tuvo un embarazo complicado durante el cual algunos síntomas de la enfermedad dieron la cara, pero ella, valiente y luchadora, seguía adelante.

Por fin nació el bebé, Nachete. Un niño gordito, sonrosado, y muy rubio. Nachete era un bebé perfecto. No lloraba, comía fenomenal, sonreía sin parar.

Un día Marta empezó a observar un bultito en la espalda de Nachete. Qué raro, será un granito pensó. Pero el bulto seguía creciendo día a día. Se asustó cuando descubrió que al otro lado de la espalda también parecía que comenzaba a crecer otro pequeño bulto. Asustada llevó a su hijo al médico, a uno y a varios porque ninguno acertaba a saber de qué se trataba. Le hicieron radiografías, ecografías, scanners.. mil pruebas y ningún resultado. Los médicos estaban perdidos.

También Marta se sometió a una nueva revisión de su enfermedad. Lo cierto es que últimamente se encontraba mucho mejor. Debe ser la inmensa alegría que siento, que hasta ha heho desaparecer lo dolores, pensó.

Un martes por la tarde llegó a su casa, no oyó ningún ruido así que pensó que Nachete debía dormir plácidamente. Encima de la mesa encontró un sobre del hospital. Lo abrió ansiosa.  No se lo podía creer, la enfermedad había desaparecido. El informe del médico era muy claro, no cabía duda alguna.  Feliz fue corriendo a abrazar a su bebé pero cuál fue su sorpresa cuando descubrió vacía la cuna. Nachete no estaba allí y por todos lados había plumas blancas.

 Marta lo entendió muy rápido. De hecho siempre lo había sabido. Nachete era un ángel. Aquellos bultitos eran sus alas que crecían. Nachete había bajado a cumplir una misión, la curación de Marta. Y lo había logrado. Cumplida su misión había vuelto al sitio al que pertenecía. Ese mismo día Marta también descubrió que esperaba un nuevo hijo.

Hoy Nacho y Marta tienen 4 hijos y son inmensamente felices.

Feliz semana!!

lunes, 11 de septiembre de 2017

Viaje a la Toscana

Este verano hemos hecho un viaje maravilloso que sin duda merece un post. Hemos estado en la Toscana. Un plan cien por cien recomendable, para ir sin prisas, para disfrutar a tope. Un viaje de coche pero también de sentarse tranquilamente en la plaza de cualquier pueblo recóndito para tomarse un cappuccino, una pizza o un rico gelato. Un viaje para extasiarse ante ciudades únicas como Florencia o Siena.




Colinas, bosques, hileras de cipreses, pueblos deliciosos, vino, pasta, pizza, buen gente, dolce vita…. ¿qué más se puede pedir? Poco más.  Esto es la Toscana, tierra de valles y viñedos y la vez tierra de historia, de arte, de renacimiento.






Nuestro hotel, Borgo di Pietrafita, un auténtico remanso de paz en un entorno privilegiado, estaba en el Valle del Chianti. El Chianti, para mi gusto, es el valle más bonito de la Toscana y seguramente el menos conocido y menos turístico. Una delicia de la que he vuelto absolutamente enamorada.






Paisajes increíbles, carreteras sinuosas y estrechas de esas que ya no sabes ni por qué lado del coche mirar porque todo lo que te rodea es precioso, pueblos llenos de encanto y un vino riquísimo. Eso es el Chianti. Nuestro pueblo era Castellina, muy animado y en el que rápidamente nos sentimos casi casi lugareños. Otros pueblos de la zona son Greve in Chianti, con su fantástica plaza; Panzano con su empinada subida hasta la iglesia y unas vistas impresionantes; Radda, precioso, y Volpaia, un pueblo diminuto pero indispensable.






Otro valle de la Toscana es el Valle d’Orcia, con pueblos espectaculares como Montepulciano, uno de los más conocidos, con sus calles empinadas y sus preciosas residencias renacentistas; o san Quirico D’Orcia, un pueblo lleno de encanto, en el que te apetece quedarte a vivir.  Muy cerca están los baños termales de San Filippo, realmente sorprendentes, con sus piscinas naturales de agua azufrada y sus cascadas en medio de  bosques de castaños, encinas y helechos. Carlos y los niños disfrutaron como enanos.





Algo más alejado, y ya limítrofe con la región de Umbría, está el valle de Chiana, con pueblos como Arezzo, donde se grabó la película La vida es Bella, o Cortona, más bonito todavía.


Y por supuesto, no hay que dejar de visitar San Gimignano, uno de los pueblos más visitados de la Toscana y no me extraña!! Visitar San Gimignano es trasladarte a la Edad Media.  Es un pueblo encapsulado en el tiempo que ha sabido conservar a la perfección su encanto medieval. Precioso. Su Piazza della Cisterna, su Duomo, sus palacios y sobre todo, sus torres. De hecho, se la conoce como la Nueva York de la Edad Media. En su momento llegó a haber 72 torres -hoy se conservan 13-  que eran la forma en que las familias de nobles expresaban su poderío.




En la Toscana están también dos de las ciudades más bonitas de Italia, Florencia, su capital y Siena.

Florencia, es ciudad una que rezuma historia y arte, un “must” que hay que visitar alguna vez en la vida. En Florencia hay tanto que ver que es difícil concentrarlo en un día, pero creo que, con tres niños y en pleno mes de agosto, lo hicimos bastante bien. Santa María Novella, el Duomo, la Piazza de la Signora, Ponte Vecchio, el Palazzo Pitti…  



Un secreto: impresionantes las vistas de la majestuosa Catedral desde la azotea de los grandes almacenes la Rinascente.


Y Siena. No la conocía y me encantó!  Su centro neurálgico, la Piazza del Campo, es espectacular, como lo son también todas sus calles y por supuesto su imponente Catedral. 



Y por último Pisa, que además de su famosa torre, es una ciudad muy bonita que merece la pena visitar.


En definitiva, que he vuelto emocionada con la Toscana, y ya estoy deseando volver!! 

Feliz semana!