viernes, 23 de marzo de 2018

Pequeñas situaciones muy enervantes


Me encantan los hoteles. Me encantan las camas “Queen size”, el desayuno, el servicio de habitaciones, los sets de baño, las zapatillas y por supuesto, los albornoces.

Pero hay cosas de los hoteles que me enervan. Por ejemplo, no entiendo por qué en algunas habitaciones cuando te vas a acostar tienes que  apagar, una a una, 50 lamparitas. Y cuando logras apagárlas todas siempre hay un piloto  rojo en la tele que no te deja dormir.  Tampoco puedo con la manía esa de poner ascensores complicadísimos en los que no sabes qué hacer para marcar tu piso. Se trata de simplificar las cosas al cliente, no de complicarlas digo yo.

Los aeropuertos también me gustan. Unos que van. Otros que vienen. Gente anónima que se cruza en tu vida y a la que  no volverás a ver jamás. Pero llevo fatal lo de abrir la maleta, separar los líquidos, quitarte los zapatos, el cinturón, la chaqueta, el collar, los pendientes, el reloj y ni se sabe cuántas cosas más. 

En los restaurantes no soporto cuando pides la cuenta y tardan siglos en  traértela. En esos casos y con la seguridad que te dan los años, directamente me levanto y me voy. En ese momento es cuando se dan prisa por atenderte. No falla.

No puedo cuando  el dentista te habla y espera que contestes  con la boca abierta y un torno  en plena acción metido en ella. ¿De verdad esperan que les contestes?



No puedo con los servicios de atención telefónica en los que te atiende un contestador que nunca te entiende y que te hace repetir lo mismo quinientas veces hasta que terminas colgando. Lo mismo pasa con el buscador de contactos de mi coche. Hablamos un idioma distinto porque no me entiende jamás.  

Me enervan las cortinas de los probadores que no hay manera de cerrar completamente. Ya de paso, tampoco puedo con los espejos trucados de algunos tiendas, causantes de más de un disgusto cuando llegas a tu casa y te pruebas delante de tu sincero y realista espejo.

Me pone nerviosa que para comprar lo que sea en Ikea haya que recorrer la tienda entera pasando por todos sus departamentos. 

No comprendo la causa por la que los taquilleros del cine nos colocan a todos los espectadores juntos en la misma zona. Concentrados. Aunque haya filas de sobra.

Me pone nerviosa que entres en una tienda y la dependienta no pare de atosigarte y de enseñarte cosas cuando lo que quieres es echar un vistazo tranquilamente. Por no hablar de entrar en un chino y sentirte observada como sospechosa de ir a robar algo en cualquier momento. Me voy sin comprar.

Son pequeñas situaciones enervantes que  consiguen alterar la paz y el sosiego que tanto me cuesta conseguir.  Me pregunto si a todo el mundo le pasa lo mismo o si yo seré especialmente sensible e irritable. 

Quizá deba apuntarme  a alguna sesión de yoga, de mindfulnes, de meditación o directamente de boxeo.  Quizá necesite una mayor dosis de autocontrol o una barrera protectora que impida que este tipo de situaciones me afecten. Tengo que analizar bien qué hacer. Entre tanto... se admiten consejos y sugerencias! 

Feliz semana

martes, 20 de marzo de 2018

De melones, pollos hormonados y bolsas reciclables

No quiero resultar antigua ni parecer la prima de Rajoy pero esto del cambio climático me tiene loca.

Ya no sé si aún se estila o no lo del calentamiento global, hace tiempo que no oigo hablar del tema. Será seguramente por este frío tremendo que nos invade, que hace que lo del calentamiento lo veamos casi casi como pura utopía. Ya sé que estamos aún en invierno, pero, caramba, qué frío y qué lluvia!!. Esto ya no hay quien lo aguante. Este clima me tiene desconcertada.

Como desconcertada me quedo cada vez que veo a mi compañera Marta comerse un melón en pleno mes de marzo. No sé, uno piensa en melón y piensa en veranito, calor, siesta... mes de agosto. Pero un melón en marzo, así, a pelo, me parece cosa rara. Me desubica. Ya sé que hace tiempo que el calendario de las frutas no es lo que era y que ahora con un buen chute de química tienes la fruta que te plazca en cualquier mes del año. Pero no deja de sorprenderme el tema.

Lo del chute químico está al orden del día. Si no, que se lo digan a los pobres pollos hormonados. Recuerdo que a una amiga le dio por agobiarse pensando que su hija se había desarrollado en exceso por culpa de la cantidad de pollo hormonado que tomaban en su casa. Lo peor es que el médico no lo desmentía, así que se pasó al mundo ecológico y claro, la compra pasó a costarle el doble. Nunca he entendido por qué los pollos ecológicos cuestan menos si se ahorran el botox. Debería ser al revés. Digo yo.


Lo cierto es que a la gente de repente de da por lo ecológico y se vuelve loca. Es como ahora todo lo sostenible. Palabra de moda. Crecimiento sostenible, desarrollo sostenible, agricultura sostenible, economía sostenible, objetivos sostenibles.. Claramente lo insostenible no se sostiene.  Y es cierto.

La sostenibilidad implica lógicamente la protección del medio ambiente, cosa que está muy bien, pero que a veces nos lleva a extremos tales como el de convertir prácticamente en pecado el hecho de pedir una bolsa de plástico en el supermercado. La gente prefiere salir con toda la compra en brazos cayéndosele sin parar antes que pedir una bolsa. Tal cual. Yo cada vez que pido una bolsa pido también perdón a la cajera y al resto de clientes y prometo no tirarla al mar y reutilizarla 1.500 veces.

Y esto me lleva directa al reciclaje, otra costumbre fantástica, no lo dudo, pero que exige tener en casa tal cantidad de cubos de basura que es para volverse loca aparte de requerir unos metros cuadrados extra que no todo el mundo puede permitirse, claro.

El otro dia fui a casa de unos amigos y tenían el cubo para reciclar el cristal en medio del salón. Lo mejor es que la gente pensaba que aquel cúmulo de botellas y frascos de cristal apilados y sobresaliendo de un cubo era una escultura comprada en ARCO y más de uno se la quiso hasta recomprar. Así de locos estamos ya..

Me apunto a ser sostenible, ecológico, macrobiótico, medioambientalmente respetuoso... Me apunto a cualquier movimiento o tendencia que de verdad contribuya a crear un mundo mejor, más justo y más equitativo, pero, por favor, sin falsedades, sin hipocresía, con coherencia, sentido común y sobre todo ...sin perder el norte!!

Feliz semana!

sábado, 17 de marzo de 2018

El doble uso de las cosas

Acabo de vender en Wallapop un mantel usado, con sus 6 servilletas usadas también.  Todavía no salgo de mi asombro. Siendo sincera, lo puse por poner, en un arrebato que me dio por vender cosas, en el que casi vendo a mi marido y a mis hijos. Pero, la verdad, nunca pensé que lo vendería. Lo he vendido por 10 euros, vale, pero es que hoy en día, en Carrefour te compras un mantel por 10 euros y ni te cuento en Primarck, donde lo encuentras por 3 y nuevo, claro está. Pero a la gente le pone eso de comprarlo por Wallapop.

Hace 20 años viví en Bruselas. Allí, una vez al mes, y por barrios, se organizaban las famosas “brocantes”. Todos los vecinos sacaban a la calle las cosas que no querían y en un pis pas se montaba un mercadillo vecinal de lo más variopinto. Cuberterías, vajillas, ropa usada, muebles, libros, discos… Siempre me ha parecido una idea genial.

En Londres toda la vida han estado de moda las tiendas de ropa de segunda mano, lo que ahora, muy finamente, se conoce por ropa vintage.

Cada vez que entro en una de ellas, me acuerdo de la ropa de mi tía abuela Gracita. Si en su momento hubiera desvalijado sus armarios y lo hubiera puesto todo a la venta me hubiera forrado seguro. Eso sí, todo lo que alguna vez me he comprado en estas tiendas nunca he llegado a estrenarlo. Creo que en el fondo, me da un poquito de reparo eso de ponerme ropa de una desconocida.  Tampoco he perdido nunca la ilusión de encontrarme un billete de 100 libras en un bolsillo, por cierto.


Recuerdo que una vez, hace mil años, monté un mercadillo en mi casa con un montón de ropa que ya no usaba. Todo a un único precio. Mis amigas arrasaron.  La cosa me dio una cierta liquidez pero cada vez que veía a mis amigas con mis cosas me arrepentía de haberlas vendido!

En Wallapop la gente lo vende todo, mejor dicho lo pone todo a la venta. Puedes encontrar verdaderos chollos pero también verdaderas “idas de olla”.  Un día me encontré a la venta una urna fúnebre. ¿A quién se le ocurre vender una urna ?  Tal cual. Esparces las cenizas, llegas a tu casa, triste, con la urna vacía, y te preguntas: ¿qué hago ahora con la urna? Y vas y la vendes en wallapop!.  Sorprendente cuanto menos.

Otro vendía una secadora con la puerta rota, pero, aclaración, funcionaba si le ponías celo. La vendía por 30 euros! Me quedé con la intriga de si lograría venderla finalmente.

En cualquier caso, trapichear en wallapop es un buen ejercicio para observar la psicología humana además de una buena forma de “tomar el pulso”, como se dice ahora, a los gustos más populares. 

Hay cosas que como diría el del puesto del mercadillo de Sanlúcar “me las quitan de las manos, oiga!” y otras que por mucho que las rebajes no las compra ni Blás. Hay quien vende cosas de una vida que quiere dejar atrás y quien compra para redecorar su nueva vida.  Quien tasa por lo alto y quien tira los precios por la ventana.  Quien vende hasta a su madre y quien no se come un colín. Los perfiles son infinitos. Creo que si fuera psicóloga haría una tesis sobre el tema. Me estoy animando!

Feliz semana!!

viernes, 2 de marzo de 2018

El loco mundo de las contraseñas

Mi cabeza está al borde del colapso por culpa de las dichosas contraseñas. Creo que si trato de recordar una sola contraseña más, será mi propia cabeza la que se bloquee en señal de rebeldía y a ver quién es el listo luego que encuentra la contraseña que la desbloquee.

Hace años que opté por poner siempre la misma contraseña, pero de un tiempo a esta parte es imposible hacerlo.  La famosa ciberseguridad y sus “sabias” recomendaciones me tienen loca.

Las  contraseñas deben ser  “robustas”.  No paro de recibir avisos con este mensaje. Me encanta este término. Me imagino a mi contraseña como una especie de superhéroe luchando contra los hackers que intentan acechar mis datos.


En los últimos tiempos, y cada vez con más aplicaciones y páginas a las que acceder, mi cabeza no para de diseñar supuestas contraseñas robustas, que nunca lo son lo suficiente.

Porque ya no vale usar fechas de acontecimientos importantes, los nombres de tus seres queridos o de mascotas. ¡No!. Prohibido. Con esas contraseñas te hackean seguro.

Para diseñar una contraseña “robusta” necesitas diseñar combinaciones imposibles y absolutamente maquiavélicas, que incluyan mayúsculas, minúsculas, números, caracteres especiales y a saber cuántas cosas más. Así que, no me queda otra que, resignada, seguir las instrucciones, pero, ¿qué pasa? Que no hay manera de recordarlas.  Así que el remedio termina siendo mucho peor que la enfermedad.

Con lo romántico que resultaba eso de poder utilizar como contraseña la fecha de tu primer beso.  ¿por qué no me dejan seguir haciéndolo? ¿Quién dice que esa fecha no es suficientemente robusta?  Yo la encuentro de una robustez pasmosa.

Y para más inri, la última tendencia en ciberseguridad es que las contraseñas no se pueden reutilizar. Las contraseñas no son reciclables. En un mundo en el que todo se recicla, las contraseñas no se pueden usar dos veces. ¡Lo que me faltaba!  O sea, que cuando por fin había conseguido recordar mi imposible contraseña “L _ GHK5lmtz” resulta que la tengo que actualizar y no la puedo volver a utilizar. Aghhhh!!!

Y claro, tampoco puedo apuntar mis contraseñas en ningún sitio porque a saber en manos de qué desalmado cae esa prueba del delito.  Otra opción es escribirla en un documento encriptado, que por supuesto también necesita contraseña para poder abrirlo. Así que estamos en las mismas.

Y para colmo, el otro día leí que la contraseña más utilizada en 2017 había sido : “123456 “. Pero… ¿cómo es posible?! Me quedé muerta. ¿Acaso es suficientemente robusta esa contraseña?  ¿Será que soy la única persona a quien las páginas piden robustez en sus claves? ¿Me habrán visto poco de fiar?. No entiendo nada. 

Otra contraseña muy habitual, según parece, es  “iloveyou' ('te quiero' pero en inglés, vamos). Me tranquilizó ver que la gente no ha perdido el lado romántico a pesar de la ciberseguridad imperante!  

En fin, que deseando estoy que se popularice eso de la “criptohuella dactilar”. Qué gran invento!.  Qué ganas de abrirlo todo con un toque de dedo. Mi cabeza por fin encontrará huecos para recuerdos más relevantes y placenteros, que hoy se escapan fugazmente por falta de espacio cerebral. 

Lo malo será cuando te des un baño de esos eternos, y al salir no haya quien reconozca tu huella de lo arrugada que se te han quedado los dedos. Hay ya que ir anticipándose a esos pequeños inconvenientes... Todo llegará!


Feliz semana!!