martes, 4 de agosto de 2020

Reflexiones

Hace unos días tuve una conversación muy interesante con un señor de 92 años lleno de sabiduría y vitalidad. Me maravilló su actitud y le pregunté cuál era el secreto de su éxito. Sin dudarlo ni un segundo me contestó: "no dejes nunca que nadie te quite tus ganas  de vivir y tu paz de espíritu". Este segundo ingrediente es muy  difícil de conseguir , le dije. ¿Cómo hago para conseguir esa paz? "Dedica un tiempo cada día a meditar, a reflexionar, a rezar, si eres creyente. Conecta desde tu interior con  el universo, piensa dónde estás y hacia dónde vas" me contestó. 

Ayer en la playa mirando al mar, sola, intenté hacerlo, como lo he hecho muchas veces a lo largo de mi vida, pero qué difícil es hacerlo de verdad. Conectar desde lo más profundo con lo más eterno. Reflexionar con paz, con serenidad. Conseguir aislarte, evadirte. Casi nunca lo consigo. Siempre acabo pensando en otra cosa. Me salgo del túnel. Avanzo, avanzo y de repente, una voltereta y ya estoy fuera. 


No logré mucho éxito en mi meditación,  pero si me planteé preguntas para las que debo reconocer que nunca encuentro respuesta. Mirando al mar, inagotable, al horizonte, inalcanzable, pensé en nuestra pequeñez.  Somos tan pequeños y nos creemos tan grandes. Y a la vez, somos tan grandes y nos creemos o nos hacen sentir a veces tan pequeños.  Lo mismo pasa con nuestras preocupaciones. La mayoría de las veces son tan pequeñas y sin embargo a nosotros nos parecen tan grandes. Le damos tanta importancia que no sólo nos quitan el sueño sino que nos impiden encontrar la tan ansiada paz interior. 

Me encanta la gente que da a cada cosa su justa importancia, con perspectiva, con madurez y con paciencia, algo que cada vez abunda menos en un mundo en el que la inmediatez, las prisas y la ansiedad marcan el ritmo. 


Espero, al menos este verano, ser capaz de ir más despacio. La vida nos está dando la oportunidad de hacerlo pero me temo que no lo sabemos ver. De nuevo, nos despistamos.


Feliz verano!