lunes, 16 de septiembre de 2024

Otras vidas

Llevo tiempo queriendo escribir pero no me sale. Pienso temas. Busco métodos de inspiración. Me concentro. Me relajo. Hago yoga. Leo. Escucho música. Pero nada. Qué tristeza. Mis fans me reclaman, se impacientan. Algunos hasta se preocupan.

“Que las musas me pillen trabajando” decía Picasso. Sigo su consejo y aquí estoy, volcando sobre folio en blanco lo primero que se me pasa por la cabeza.

 Varias ideas me vienen a la mente. Lanzo una. Me pregunto si es bueno pasarse la vida haciendo cosas que en el fondo uno no quiere hacer. Casi todo lo que hacemos cada día son cosas que si pudiésemos elegir, seguramente no haríamos. Madrugar, trabajar, ir a la compra, recoger a los niños en el colegio, preparar la cena… Somos animales domésticos, o más bien domesticados, entrenados para llevar una vida, en la mayoría de los casos, rutinaria.

 Las rutinas son cómodas, conllevan confort, tranquilidad, confianza, pero a veces también cierto hartazgo. Las rutinas nos aletargan, nos adormecen.

Es muy difícil romper la rutina, salirse del carril, pero a veces dan ganas de hacerlo. Dan ganas de asilvestrarse, de saltar del tren, de dejar de dar vueltas a la rueda. Hay quien lo hace, pero para la mayoría resulta más fácil seguir recorriendo el camino tradicional, haciendo en cada momento lo que se espera de nosotros, cumpliendo expectativas. Algunos recorren el sendero con los ojos tapados, de tan bien que lo conocen o quizá por miedo a ver lo que se pierden.

Recuerdo, hace años, que una amiga me dejó su ordenador y por descuido, no cerró la tabla Excel en la que estaba trabajando. Cuando abrí el ordenador me saltó la tabla. Mi amiga tenía su vida absolutamente planificada, año por año. Acabar la carrera, hacer un máster, sacarse un titulo de inglés, sacarse un título de francés, vivir en el extranjero, conseguir novio, casarse… Me quedé atónita al descubrir una personalidad tan calculadora. Me dio miedo. Lo cierto es que fue cumpliendo poco a poco su hoja de ruta y hoy ha llegado a donde quería llegar. Ignoro si es feliz. Supongo que en el camino habrá puesto mucho esfuerzo y sacrificio y que hoy estará orgullosa de los logros y metas conseguidas. 

A lo largo de la vida me he ido encontrando con muchas personas así. Siempre me llaman la atención. A algunas las admiro y las envidio. A otras las compadezco porque en esa vida pretrazada han dejado de ser quienes eran. Probablemente han llegado a ser aquéllos en quienes buscaban convertirse, pero me pregunto si echarán de menos a quienes fueron.

Yo tiendo más al modelo “impulsiva reprimida”. Me gusta mi vida pero de vez en cuando siento deseos de cambiarla, aunque nunca me atrevo a hacerlo. Me atraen las personas que son capaces de dar un giro radical. 

A veces me dan ganas de ser como ellos y me imagino viviendo otras vidas. Me veo viviendo en una isla griega, en un poblado africano, en un destartalado château francés, en la campiña inglesa, o en un monasterio cisterciense. Imagino cómo sería mi vida y cómo sería yo en esa nueva vida.

 Por un momento me veo capaz de ser otra, de empezar de cero, pero luego, poco a poco me voy enfriando. Y entonces, para compensar, supongo, decido cortarme el pelo, cambiar de sitio el sofá, apuntarme a clases de taichi, pintar de verde el salón, o cambiarme de colonia. Y esos pequeños cambios, a menudo infravalorados, me hacen feliz, una felicidad efimera y frívola seguramente, pero  suficiente para permitirme seguir siendo yo, que realmente es mucho más fácil que convertirme de repente en otra.

Feliz semana!