Hoy toca post viajero! Este verano hemos tenido la suerte de descubrir una región de Grecia mucho menos turística y conocida que sus islas, el Peloponeso.
El Peloponeso es una península al sur del país. Una región grande, con una superficie de más de 20.000 km², cargada de historia y que guarda auténticos tesoros: playas maravillosas, recintos arqueológicos sorprendentes, monasterios bizantinos o encantadores pueblos de pescadores.
En el Peloponeso hay muchas cosas que ver. Nosotros sólo hemos recorrido parte de la costa oriental y la península de Mani, en el extremo sur, lo cual nos da una una estupenda excusa para volver.
El Peloponeso está unido con el resto del país a través del istmo de Corinto que es donde se encuentra el canal del mismo nombre, el canal de Corinto, una obra de ingeniería espectacular. El canal, que une el Golfo de Corinto con el Mar Egeo, impresiona. Es muy estrecho, apenas 24 metros y sus muros miden 80 metros. Se construyó en el siglo XIX aunque muchos siglos antes, con el Emperador romano Nerón, ya se había intentado construir, sin éxito. Merece la pena visitarlo.
Nuestra primera parada, desde Atenas, fue en la región de Argolida ( el Peloponeso se divide en 7 regiones), concretamente en Palaia Epidavros, un pueblo pequeñito muy agradable. Palaia Epidavros está en una zona verde, con playas muy bonitas.
Aquí visitamos el Teatro de Epidauro, declarado Patrimonio de la Humanidad. Fue construido a finales del siglo IV a.C por Policleto el Joven y es uno de los mejores conservados de la antigüedad. Impresionante.
Desde Palaia Epidavros también hicimos una ruta por pueblos pesqueros como Ermioni o PortoHeli. La carretera que bordea la costa es preciosa y puedes ir buscando calitas en las que parar a darte un baño. Nosotros paramos en una estupenda con un beach club muy animado. También nos encantó Porto Heli, de aire cosmopolita, donde veranean algunos de los griegos más chic y tiene casa, entre otros, el Rey Constantino de Grecia.
Nuestro siguiente destino era la península de Mani, en el sur. De camino paramos en Mystras, una asombrosa ciudad bizantina en ruinas en la ladera del monte Taigeto, también declarada Patrimonio de la Unesco. Mystras es un sitio muy especial, que sin duda sorprende y en el que el tiempo parece haberse detenido. Merece la pena recorrer con calma su castillo, su palacio, sus monasterios y bonitas iglesias en ruinas, todo ello rodeado de un precioso paisaje verde.
Y por fin llegamos a Mani, uno de los mayores tesoros del Peloponeso, una región recóndita, árida, pero a la vez llena de atractivo. En Mani abundan las torres medievales de defensa, el elemento más característico de su paisaje. En Mani huele a savia, a tomillo y sobre todo a higueras, que atrevidas, bajan a besar el mar. Las aguas de Mani son color turquesa y solitarias. En sus playas te encuentras tabernas en las que puedes comer mientras tus pies rozan el mar.
Nuestra base estaba en Limeni, un pequeñísimo pueblo de pescadores, una belleza.
Las puestas de sol desde Limeni son una auténtica maravilla.
En Mani hay muchas cosas que ver. Pueblos cómo el pintoresco Aeropolis, con sus calles llenas de restaurantes con encanto. O pueblos cómo Mountanistika, Lagia o Vathia, famosos por sus torres.
En Mani estuvimos en playas preciosas como Skoutari, con su taberna blanca y azul y su preciosa iglesia a la orilla del mar; Ampelos, perfecta para bucear, por su agua cristalina, y en la que además puedes pedir comida por WhatsApp y te la traen, o Kotronas, con su doble orilla y en la que un camino te conduce a una pequeña cala escondida perfecta para nadar y para saltar desde sus rocas. La carretera que une estas playas, al borde del mar, es una maravilla.
Más al sur está el Cabo de Tenaro, que debe ser impresionante pero al que no llegamos. No siempre es fácil mover a tres adolescentes!
También visitamos las cuevas de Diros. Semi sumergidas, se recorren en un barquita mientras las estalactitas rozan las cabezas. Espectaculares.
Otro pueblo que merece la pena es Gythio, con sus fachada de estilo neoclasico, que hacen que te sientas por un momento transportado a Italia. Una estampa muy típica de Gythio son los pulpos colgados de una cuerda secándose al sol. Genial.
Y ya de vuelta hacia Atenas, hacemos una última parada en Nauplia, dominada desde lo alto por sus fortalezas, una de ciudades con más encanto del Peloponeso. Una delicia pasear por sus calles peatonales y admirar sus bellos edificios. Naplia fue capital del país entre 1829, fecha en que Grecia se independizó del imperio otomano, y 1834.
Y como guinda del pastel, Atenas. Habíamos visitado Atenas hacía 10 años y salvo la Acrópolis, poco recuerdo tenía de la ciudad. Sin embargo, esta vez me ha sorprendido muy gratamente.
Atenas es una ciudad animadísima, con una vida nocturna impresionante, con grupos de música tocando en las calles y con muchas cosas que ver además de la imponente Acrópolis. Merece la pena perderse por barrios como Monastikari, de influencia turca, Plaka, el más antiguo de la ciudad, Anafiótica, con sus callecitas, o Psiri, el "Soho griego", con ambientazo por la noche.
Y por último,debo decir que nos hemos sentido como en casa! Los griegos son muy similares a los españoles. Son abiertos, simpáticos, animados.. Comen y cenan a cualquier hora, son bulliciosos, todo les parece bien, les va la marcha... Cuando oyes hablar griego te suena casi a español pero rápidamente te das cuenta que más bien es como chino porque no entiendes nada!! Y la comida griega, como la nuestra, es deliciosa. Hemos comido genial y a precios fantásticos. Mousaka, pasteles de calabacin, Tzatziki, Tiropitas, queso feta, yogur con miel, pastel de naranja... Hemos disfrutado mucho comiendo!!!
En definitiva, ha sido un gran viaje en familia, venimos felices y ya estamos ya planeando nuestra próxima visita.
EFCHARISTÓ GRECIA!!!!!