El otro día alguien
me dijo: “mi vida es un corre corre” y de repente, me sentí plenamente
identificada.
Nos pasamos la
vida corriendo de aquí para allá. Seguramente no le pasa a todo el mundo, pero me da la sensación de que sí lo entenderán bien los de “mi perfil”. Y mi perfil, así en genérico, lo componen una
serie de ingredientes básicos: vivo en Madrid, soy madre de familia numerosa, trabajo full time y me desplazo en coche a diario. Aunque los de “mi perfil” no tienen necesariamente que
reunir estos mismos ingredientes básicos. Las combinaciones puedes ser múltiples. Puedes ser soltera sin hijos y moverte en metro y estar igualmente inmersa en un absoluto"corre corre".
A los
ingredientes básicos hay que añadir otra serie de serie de ingredientes
adicionales, no necesarios pero sí muy frecuentes como el ocio, la vida social
o el deporte. Sin olvidar por supuesto los “toppings”, es decir los elementos
puramente decorativos, aparentemente superfluos, la guinda de pastel, pero que son los que dan colorido. En el caso de las chicas, los toppings serían por ejemplo, ir de compras,
ir a la peluquería, teñirte las canas, hacerte la manicura,
depilarte las cejas o lo que cada una necesite y otro tipo de repasitos que dependen ya mucho
de cada cual (prefiero no poner la
lista, porque a medida que avanza la edad este tipo de “toppings” empiezan a ser
interminables y llegan a ascender a la categoría de imprenscindibles).
Pues bien,
encontrar el tiempo para llegar a todo sin renunciar a nada exige una velocidad de crucero considerable. Todo
hay que hacerlo corriendo. Desde que te levantas hasta que te acuestas corres.
A veces te estresas, te agobias, te aceleras, pero la mayoría de las veces te acostumbras y normalizas ese ritmo frenético. Cuando eso ocurre sueles ver muy lentos a los que no son como tú y te suelen ennervar porque pretendes que todo el mundo vaya a la velocidad que tú has impuesto en tu vida, sin darte cuenta de que no es la velocidad que ellos ha elegido para la suya.
A veces te estresas, te agobias, te aceleras, pero la mayoría de las veces te acostumbras y normalizas ese ritmo frenético. Cuando eso ocurre sueles ver muy lentos a los que no son como tú y te suelen ennervar porque pretendes que todo el mundo vaya a la velocidad que tú has impuesto en tu vida, sin darte cuenta de que no es la velocidad que ellos ha elegido para la suya.
El "corre corre" a
veces hasta resulta divertido, es como un chute continuo de adrenalina. Te provoca
satisfacción ver la cantidad de cosas que eres capaz de hacer en un día y hasta
te crees capaz de llegar a más. Y añades más toppings: dar clases de pintura, hacer yoga
bajo el agua, o tirarte en paracaídas los domingos. Hay incluso quien se atreve a
añadir ingredientes básicos realmente complicados, como la madre de 5 hijos que
de repente se “echa” un amante. Consideraciones morales aparte, me pregunto cómo es posible con 5 hijos y un trabajo, tener tiempo para amantes pero el caso se da, me consta. Menudo lío!
Hay combinaciones
de ingredientes realmente complicadas. Algunas te llegan solas, y tienes que
lidiarlas de la mejor manera posible, como una enfermedad, que de repente
complica a aún más tu vida y acelera hasta el máximo tu ritmo, pero otras, nos
las buscamos solitos. Así somos.
Para más inri, las famosas redes sociales han aumentado el "corre corre". Ahora en dos minutos pretendes ponerte en contacto con 50 grupos de amigos, conocer la vida de 2000 desconocidos, leer 100 chistes, y dar continuación a 20 absurdas cadenas.
Pero vivir una
vida “corre corre” tiene muchos peligros inherentes de los que a veces no somos
conscientes. Vivir una vida "corre corre" es vivir una vida de titulares. A menudo
te quedas con lo que más destaca, pero no profundizas. Pasas por todo de
puntillas y no te das cuenta de los detalles. Te pasan desapercibidas las cosas
más importantes. Las cosas que requieren tiempo, dedicación, meditación, reflexión, mimo y esmero. Las cosas que no se pueden hacer corriendo, sino al revés, muy despacio.
Me pregunto si realmente merece la pena correr tanto. Quizá hay que pararse a pensar cuál es la
meta porque a lo mejor más de uno está corriendo en la dirección opuesta. Y sería una pena darse cuenta cuando ya es tarde, cuando ya sí que no queda tiempo. A lo mejor la solución es más simple de lo que pensamos. Quizá haya que empezar por quitarse las zapatillas de correr y calzarse unos zuecos. ¿Probamos?
Feliz semana!