Al día siguiente encontré un segundo papel doblado con la misma meticulosidad. El círculo volvía a estar ahí, pero esta vez no había ninguna palabra, solo una línea trazada con un pulso impecable. Lo guardé sin pensarlo, como quien esconde una prueba que lo incrimina. En el trabajo, las cosas siguieron con la misma rutina. Y, sin embargo, no dejaba de tener la sensación de que alguien me observaba. Y de repente, lo vi: ese compañero tan correcto, tan perfectamente ordenado, de pronto me dio la impresión de que sincronizaba sus gestos con los míos. El modo en que dejó el bolígrafo sobre la mesa coincidió exactamente con el momento en que yo hice lo mismo. No fue una imitación, no fue causalidad: era como mirarse en un espejo y ver que el de enfrente respira al mismo tiempo que tú. Desde aquel día, algo cambió entre nosotros sin necesidad de palabras. No lo buscamos, pero nuestros pasos comenzaron a coincidir. Cuando los demás iban hacia la máquina de café, nosotros también nos levantába...
A veces noto que alguien me mira raro. Pero son momentos excepcionales. O quizá es sólo mi imaginación. Visto como ellos, ando como ellos, hablo como ellos. Pestañeo, bostezo y guiño los ojos. Vivo solo en un apartamento en el centro de la ciudad. Cada mañana madrugo, salgo a correr y voy a trabajar. Mis compañeros no saben mi realidad y me alegro. Me tratan como uno más. Sólo evito las horas del café y la comida. Porque yo no como, ni desayuno, ni ceno. Mi cuerpo no puede ingerir ningún alimento o colapsaría. Me gusta pasar desapercibido. Evito los grupos que conversan demasiado rápido y que hablan a la vez, porque las palabras me llegan con solapamientos y me dejan sin margen para reaccionar. Creo que nadie nota que, cuando me río, lo hago un poco después de que algo gracioso ha ocurrido. Es un desfase minúsculo. A veces me detengo frente a un escaparate y observo mi reflejo intentando reconocer las diferencias. Una línea demasiado recta en la mandíbula, un parpadeo demasi...