Pasear por Catarroja y Paiporta, 5 meses después de aquella terrible noche del 29 de octubre, es aún desolador.
Lo hemos visto mil veces en el telediario. Nos hemos estremecido y emocionado, pero me pregunto si no lo habremos olvidado. Pero cuando vas allí y paseas por sus calles, se te ponen los pelos de punta.
Cada pared, cada muro, cada fachada es testigo de la desgracia. En muchas aún se ve la señal de la atura que alcanzó el agua, que en algunos sitios fue de cerca de 3 metros. Tres metros de torrente, de agua sucia, de agua con barro, de agua cargada de cañas, de porquería, de aguas fecales, que arrasó con todo lo que encontró a su paso, con una fuerza tan descomunal que llegó a arrancar hasta las vías del tren.
Ver en directo el famoso Barranco del Poyo impresiona. Impresiona verlo seco e imaginarlo lleno de agua hasta desbordarse. En muchos barrios de Paiporta parece que ha habido una guerra. Miras a tu alrededor y no parece España. Piensas en esas imágenes que vemos de ciudades destrozadas por las bombas. Pero no es un país lejano, ni ha sucedido una guerra. Es España, es Valencia y es consecuencia de la DANA, y lo peor, es que han pasado ya cinco meses. Cinco meses en que “lo de arriba” se han peloteado las culpas y las responsabilidades y “los de abajo”, los de a pie, los afectados, han limpiado y desescombrado, han llorado, se han caído y se han levantado, han arrimado el hombro, han luchado.
Impresiona ver tantos negocios cerrados. Algunos volverán a abrir. Otros muchos no lo harán. Vemos panaderías cerradas, carnicerías, estancos, peluquerías… También colegios que aún no han podido retomar las clases. Y da pena, mucha pena. Faltan muchas puertas y cuando te asomas por el hueco, ves las casas vacías. Y piensas en todo lo que el agua se llevó, en las vidas que arrebató.
Paiporta, Catarroja y el resto de pueblos afectados son heridas aún abiertas. Y se palpa la soledad. La ayuda llega a cuenta gotas, cuando llega.
Hablamos con muchos vecinos, y nos impresiona su fuerza y su valentía, sus ganas de salir adelante. Siempre pienso que la pasta de la que cada uno está hecho sólo se ve en los momentos más duros. La pasta de esta toda esta gente es muy sólida.
La noche del 29 de octubre fue una noche dramática pero también ocurrieron muchos milagros. Murieron más de 200 personas pero muchas otras vivieron situaciones realmente dantescas y trágicas y salvaron su vida. Todas ellas te hablan de su particular milagro. Porque los milagros existen. Sólo hay que saber reconocerlos.
En Catarroja hablamos con Paco. Su padre, Chimo, y él tienen un negocio familiar desde hace casi 40 años, una papelería. Los últimos años no han sido fáciles, con la competencia de Amazon y otras grandes empresas. Pero con mucho esfuerzo y trabajo, les iba bien. Hasta que llegó la DANA. A las 6 de la tarde, a Paco le llamó su hermano para avisarle de que el agua empezaba a subir y de que había riesgo de que se desbordase el Barranco del Poyo. Paco, por si acaso, mandó a casa a la chica que trabajaba con él, y se quedó cerrando la tienda con su hijo de 10 años, al que había ido a recoger al colegio. Echaron el cierre pero no les dio tiempo a salir. Una tromba de agua inundó la calle. Un coche chocó contra la persiana de metal y la levantó por abajo. El agua empezó a entrar y en cuestión de minutos todo estaba inundado. No tenían escapatoria, el agua subía y subía. Los muebles flotaban. Todo era un caos. A duras penas, Paco y su hijo consiguieron subir a una estantería, pero el agua les llegaba al cuello. Su hijo le miró asustado. “Papá, vamos a morir”. Paco supo que no podían seguir esperando. Se lanzaron al agua. Nadaron, bucearon, sortearon muebles flotando contra los que se chocaban y, como pudieron, se acercaron a la salida. Paco dio instrucciones a su hijo para que bucease hasta el suelo mientras él le empujaba hacia abajo para que pudiera colarse por la rendija abierta. “Intenta pegar la tripa al suelo” le decía a su hijo. Paco no sabía qué les esperaba fuera, pero era la única escapatoria. Su hijo consiguió salir y luego le siguió Paco. Fuera, era el caos. El agua alcanzaba los 2 metros. Consiguieron subirse a un árbol y ahí esperaron 3 horas a oscuras, helados, muertos de miedo, oyendo a la gente gritar. Unos vecinos consiguieron rescatarles. Cuando Paco vio a su hijo a salvo, respiró por fin. Todo lo demás daba igual.
Dos días después pudieron acceder a la tienda. El alma se les cayó a los pies, pero estaban vivos y era un milagro. Sólo eso importaba. Hoy siguen luchando para salir adelante gracias al apoyo de sus vecinos, de sus proveedores y hasta de su “competencia”, que les cedió su cartera de clientes para que pudiesen salir adelante. Chimo lloraba cuando nos lo contaba. Paco y su hijo son héroes anónimos. Su hijo aún tiene pesadillas e inocente, agradece a su padre que le apuntase a clases de natación. Sabe que eso, y su valentía, les salvó.
En Paiporta, conocimos a Marta y a Aurora. Alguien les avisó de que el agua estaba subiendo muy rápido. Corrieron a casa de su madre, encamada y sin poderse mover. Lograron llegar. Quisieron salir pero ya era tarde. El nivel de agua no paraba de crecer. Arrastraron como pudieron el colchón con su madre y con una fuerza sobrenatural que aún hoy no logran explicarse de dónde salió, se encaramaron a los barrotes de una ventana. Con una mano se sujetaban y con la otra sujetaban, como podían, a su madre sobre el colchón, ayudadas por una mesa que de manera milagrosa de situó justo debajo y sirvió de apoyo al colchón. Aguantaron 3 horas, chillaron pidiendo ayuda, mientras escuchaban a su vez, desoladas, los gritos desgarradores de su vecina Vicenta que se ahogaba sola. Vicenta se ahogó. Ellas sobrevivieron. Su madre, recién operada, y con una cicatriz en la tripa de lado a lado, ni siquiera sufrió una infección. Son conscientes del milagro.
También nos emocionó la historia de Pili, de 70 años. El 29 de octubre, a las 5, estaba tumbada en el sofá. No se encontraba bien. Se había quitado la peluca para descansar un rato. Acababa de recibir una sesión de quimio de 5 horas. Tiene cáncer desde hace 5 años. La llamó su hijo. “Mamá voy a buscarte. El agua está subiendo mucho”. Llegó su hijo y la sacó en brazos. A ella y a su padre, de casi 90 años y con demencia senil. Con las prisas, Pili se olvidó su peluca. Consiguieron a duras penas atravesar la calle y salir del pueblo. Cuando Pili pudo acceder a su casa, una semana después, estaba totalmente destrozada y lo poco que quedaba se lo habían robado. Pili había reformado su casa hacía menos de 2 años y no tenía seguro.
O la historia de Cristina, que siempre quiso emprender. Hace dos años se decidió y empezó con todos los trámites para poner en marcha una casa de comidas para llevar. La inauguró el 26 de octubre de 2024 y tres días después lo perdió todo por culpa de la DANA. El local quedó arrasado. Perdió todo el equipamiento, sólo pudo recuperar el mostrador.
Conocimos a Paco, a Chimo, a Marta, a Aurora, a Pili y a Cristina a través de las ONG que les están ayudando a salir adelante, a reformar sus casas y a poner en marcha sus negocios. ONG como Nova Feina, Altius, Esycu, Dasyc, Colysee y muchas otras que están haciendo una maravillosa labor de ayuda. Y en Banco Santander estamos muy orgullosos de colaborar con ellas.
No podemos olvidar a estos pueblos. Ya no salen en el telediario pero la situación sigue siendo terrible. Necesitan apoyo. Hay que arrimar el hombro. No vale cerrar los ojos. Todos criticamos a los políticos, pero seguramente podemos hacer algo más.
Ayer nos decían que la Dana había traído una ola de solidaridad más grande aún que la ola de barro. Que no decaiga esa ola. Paiporta y el resto de pueblos nos siguen necesitando.
¡No les abandonemos!