Al día siguiente encontré un segundo papel doblado con la misma meticulosidad. El círculo volvía a estar ahí, pero esta vez no había ninguna palabra, solo una línea trazada con un pulso impecable. Lo guardé sin pensarlo, como quien esconde una prueba que lo incrimina. En el trabajo, las cosas siguieron con la misma rutina. Y, sin embargo, no dejaba de tener la sensación de que alguien me observaba. Y de repente, lo vi: ese compañero tan correcto, tan perfectamente ordenado, de pronto me dio la impresión de que sincronizaba sus gestos con los míos. El modo en que dejó el bolígrafo sobre la mesa coincidió exactamente con el momento en que yo hice lo mismo. No fue una imitación, no fue causalidad: era como mirarse en un espejo y ver que el de enfrente respira al mismo tiempo que tú. Desde aquel día, algo cambió entre nosotros sin necesidad de palabras. No lo buscamos, pero nuestros pasos comenzaron a coincidir. Cuando los demás iban hacia la máquina de café, nosotros también nos levantába...
Escribo sobre la vida. Reflexiones, pensamientos, ideas que cruzan por mi mente, viajes, anécdotas, aventuras...