Hoy, andando por la calle, me he cruzado con una nariz. Sí, una nariz. Una nariz imponente. Curvada. Decidida. Una nariz que habría ganado al mismisimo Cyrano de Bergerac. Me he quedado mirándola, o más bien admirándola y he pensado: ¡qué maravilla! Siempre me han fascinado las narices. Son la parte más honesta de una cara. No disimulan. No se esconden. Presiden orgullosas el rostro. Están ahí, en el centro, liderando. De pequeña, jugaba a un juego que consistía en ponerle ojos, boca y nariz a una patata. Yo siempre empezaba por la nariz. Era mi parte favorita. La patata sin nariz parecía incompleta, sin carácter. Pero con una buena nariz, era todo un personaje. Recuerdo que hace unos años coincidí en una panadería con una nariz. Estaba justo enfrente, con una barra de pan integral. No podía dejar de mirarla. Era soberbia. Altiva, prepotente. Todo aquel que la miraba se cohibía. Agradecí no estar casada con ella. Convivir con semejante nariz no debe ser fác...
Escribo sobre la vida. Reflexiones, pensamientos, ideas que cruzan por mi mente, viajes, anécdotas, aventuras...