martes, 5 de agosto de 2025

Siesta, tentación veraniega


Tengo una enemiga íntima.  

Me acecha cada día, más o menos a la misma hora. 

Aparece sin avisar, con esa mezcla de dulzura y amenaza que tienen a menudo las cosas inevitables. 

Me mira desde el sofá, me susurra desde la cama. 

Tiene voz de nana y carácter de dictadora. 

Yo siempre  me resisto.  

Porque tengo cosas que hacer. Porque, con las vacaciones recién comenzadas, aún arrastro el ritmo productivo del año y esa absurda necesidad de tachar tareas. Porque pienso que si me duermo, pierdo la tarde.

Pero ella es paciente y me conoce bien.  Me promete que sólo cerraré los ojos “un momentito”. Y es así como me tienta, zalamera. 

Ay siesta, qué bien me conoces, le digo yo.

Ay siesta, que placer, qué tentación, qué costumbre tan nuestra, como esas señoras mayores en los pueblos, sentadas en sus sillas a la puerta de sus casas contemplando la calle. Qué estampa tan española.

Imagino que en otros países también dormirán la siesta. Pero lo cierto es que algo que se asocia a España.

Seguro que los griegos o los italianos también duermen la siesta. Y me pregunto si en Francia no se les cerrarán los ojos después de un rico coq au vin. O en Alemania después de un codillo con chucrut regado con cerveza.

Yo a mediodía sólo como gazpacho,  y, sin embargo, la ganas de abrazar la siesta cada día que pasa me  invaden con mas fuerza. No debe ser proporcional entonces al número de calorías.

Me pregunto qué será.

Quizá sea porque comemos muy tarde. O porque por la noche dormimos poco porque salimos mucho. O simplemente porque en España todo se vive con más intensidad, hasta el sueño.

Entre tanto, aquí estoy, en esta batalla absurda. Sin saber si resistirme o mejor rendirme y dejarme por fin llevar.

¡Feliz semana!