Ayer mi silla de playa se plegó conmigo dentro y quedé atrapada cual ratón en un cepo, incapaz de levantarme.Una posición muy ridícula. Un señor se acercó a ayudarme y pasé mucha verguenza.
Peor fue hace unos años, cuando casi me ahogo en la orilla. Una ola impetuosa me tiró al suelo. Cada vez que intentaba levantarme otra ola me tiraba. Me convertí en croqueta, con la parte de abajo del bikini por las rodillas de tanta arena acumulada y la parte de arriba de bufanda. Con semejante guisa prefería morir ahogada que sobrevivir y por un momento me sentí tentada a abandonarme a la suerte. Mientras, mi marido estaba en la toalla mirando la escena sin parar de reír, sin ser consciente de que estaba a punto de quedarse viudo. Pero mi destino no era morir ese día. Las olas pararon y yo pude recuperar mi dignidad, ponerme de pie y salir del agua. Mi marido se libró por los pelos de morir asesinado. Tampoco le debía tocar morir ese día.
En la fiesta de mi décimo cumpleaños, 20 niñas esperábamos ansiosas a mi madre para soplar las velas. Se había olvidado de la tarta y había bajado apresurada a comprar una. Al volver corriendo tropezó, se cayó y la tarta se desparramó en el suelo. La situación era muy cómica y mi madre optó por hacerse la muerta lo que le supuso aguantar estoicamente un buen rato con la falda levantada sin poder bajársela. Es lo que tiene estar muerta. No importa que se te vean las bragas. Al final, resucitó.
En una boda, una amiga se lanzó a la pista a bailar unas sevillanas. Llevaba un vestido palabra de honor y levantó con tanto ímpetu los brazos que se le escapó un pecho. Ella no se dio cuenta y siguió bailando tan contenta. Al resto de amigas nos entró la risa floja y fuimos incapaces de advertirle del "percance" lo cual terminó haciendo su compañero de baile. A mi amiga casi le da un soponcio.
En la vida uno vive muchas situaciones ridículas. A veces son tonterías que uno mismo magnifica y que para los demás han pasado prácticamente inadvertidas. Otra veces son situaciones realmente bochornosas que quedan en la memoria de muchos, que afectan a la reputación o fama y difíciles de remontar.
Hay gente con una falta absoluta de sentido del ridículo y otros en cambio lo tienen exacerbado.
A los niños a menudo les da vergüenza que sus padres hagan determinadas cosas tan inofensivas como bailar o hasta cantar en misa. Y muchos padres tienen tambien que sufrir con paciencia el bochormo por el que a veces les hacen pasar sus hijos con sus comportamientos.
Hablar de sentido del ridículo es hablar de autoestima, de inseguridad pero también de honor, de pudor, de prudencia, de saber estar ...
Creo que a más de uno le vendría bien una buena pátina de sentido del ridículo de vez en cuando porque me temo que estamos rodeados de demasiados "osados concursantes" capaces de cualquier cosa. No hay más que echar un vistazo a varios de nuestros gobernantes carentes de la más mínima vergüenza.
Feliz verano!