Aunque sé que no debo leerlos, porque me provocan pesadillas, siento una irremediable tentación de leer determinados textos que, a pesar de su letra pequeña y su imposible contenido, ejercen sobre mí una terrible atracción. Son textos cortos, de letra pequeña, compactos, comprimidos, con apariencia bondadosa y sin embargo, terroríficos. Los comparto por si a alguien le ocurre lomismo.
Los prospectos. Cada vez que leo uno me prometo a mí misma no volver a leer ninguno más, pero al final, no me puedo resistir. Mi apartado favorito es el de Efectos secundarios. No soy hipocondriaca pero es leer el detalle de los efectos secundarios y empezar a ponerme mala. Los siento todos, de golpe. Dolor de cabeza, visión borrosa, temblores, cambios de humor.. A medida que lo voy leyendo, los voy sintiendo. A veces, después de leer un prospecto he sentido tanto pavor que he tenido que tirar la medicina al cubo de la basura, y ahí sí que me he puesto malísima.
La composición de los geles, champús y cremas. Es como leer la mismísima tabla periódica. Sodium Lauryl Sulfate, Cocamidopropyl Betaine, Sodium Chloride, Glycerin, Coco-Glucoside, Punica Granatum Fruit Extract, Lactic Acid, Sodium Phytate. ¿Acaso alguien entiende algo? Y además, suelen venir en varios idiomas, cosa que no entiendo puesto que están en latín. Muy raro todo. Recuerdo que una amiga un día me recomendó que usase siempre productos sin “parabenos”. ¿Sin parabenos? Vaya, pues era justo el componente que mejor me sonaba. Será que lo asocio con parabienes.
La composición de los alimentos. En la composición de los alimentos de vez en cuando aparecen unos ingredientes que te dejan boquiabierta. No hablo ya de azúcares, aceites más o menos buenos, colorantes, conservantes, o trazas de frutos de secos, sino de cosas extrañísimas, que no sé qué son o para qué sirven. Es el caso del jarabe de maíz de alta fructuosa, que como poco, debe subir la tensión; el glutamato, que suena a grupo de pop de los 80; el benzoato de sodio, que parece nombre de veneno; los tocoferoles, que suenan a ginecólogo o el ácido tiodipropiónico, que suena a exterminio. Hay una lista interminable de ingredientes que me causan verdadero pavor.
Los plazos de devolución de los tickets de compra. Los subrayo con rotulador fosforito para que no se me pase el plazo, harta de tener mi armario lleno de prendas que no me valen o no me gustan pero que no pude devolver en su momento porque se me pasó el plazo. Zara, un mes, Carrefour, quince días, El Corte Inglés, dos meses, la tienda de la esquina, 2o días. Es imposible acordarse. Hace falta una tabla Excel con los plazos de devolución o una app que te vaya avisando de los vencimientos de tus tickets.
Las cookies. Es imposible esquivarlas, te las encuentras donde menos te lo esperas. Están al acecho, escondidas y saltan de repente. No puedes continuar leyendo si nos las aceptas. Son intimidantes, acosadoras. Y para evitarlas, ¿qué hacemos? Las aceptamos sin leer. Pero cuando las lees, te entra el vértigo porque te empiezas a comprender por qué Internet sabe todo de tí. En esta misma línea, están las cláusulas de cesión de datos. Si cedes tus datos, estás perdido.
Los consentimientos en el médico. ¿Quién no ha tenido que firmar alguna vez un papelito declarando que conoce los riesgos de alguna intervención y exonerando al médico de responsabilidad? Pasa un poco como con los prospectos. Lees los detalles de todo lo que te puede pasar y te entran ganas de salir corriendo de la consulta. .Yo entiendo que deben ponerse en lo peor por si acaso, pero me pregunto si de verdad hace falta ser tan catastrofistas.
Lo cierto es que estos pequeños textos aparentemente inofensivos poco a poco van ocupando más espacio. Cada vez son más largos, más farragosos, en más idiomas y con más advertencias: si estás embarazada, si tienes alergia, si vas a conducir, si tienes previsto viajar… En realidad, estos textos son como el reverso de los titulares. Ellos no chillan, ni se anuncian, ni llaman la atención, pero ahí están, para el que quiera leerlos.
Me pregunto si este exceso de información de las sociedades democráticas es beneficioso o más bien perjudicial. ¿Acaso tanto advertir exime de culpa? ¿Terminaremos dominados por la sutil tiranía de la letra pequeña? Ahí lo dejo.
¡Feliz semana!