Me encantan los hoteles. Me encantan las camas “Queen size”, el desayuno, el servicio de habitaciones, los sets de baño, las zapatillas y por supuesto, los albornoces. Pero hay cosas de los hoteles que me enervan. Por ejemplo, no entiendo por qué en algunas habitaciones cuando te vas a acostar tienes que apagar, una a una, 50 lamparitas. Y cuando logras apagárlas todas siempre hay un piloto rojo en la tele que no te deja dormir. Tampoco puedo con la manía esa de poner ascensores complicadísimos en los que no sabes qué hacer para marcar tu piso. Se trata de simplificar las cosas al cliente, no de complicarlas digo yo. Los aeropuertos también me gustan. Unos que van. Otros que vienen. Gente anónima que se cruza en tu vida y a la que no volverás a ver jamás. Pero llevo fatal lo de abrir la maleta, separar los líquidos, quitarte los zapatos, el cinturón, la chaqueta, el collar, los pendientes, el reloj y ni se sabe cuántas cosas más. En los restaur...
Escribo sobre la vida. Reflexiones, pensamientos, ideas que cruzan por mi mente, viajes, anécdotas, aventuras...