Hasta hoy no me había atrevido a contárselo a nadie. Pero este verano me ha pasado una cosa muy misteriosa. Cada tarde, a la hora de la siesta, en mi cama aparecía una gorda. Tal cual, una gorda completamente desconocida. Una gorda como las de Botero. Inmensa, desparramada en mi cama. Siempre aparecía en el mismo momento. Justo cuando me debatía entre dejarme llevar por el sopor más absoluto y abandonarme definitivamente al sueño o levantarme de un salto para irme a la playa. En ese instante, aparecía la gorda indolente mirándome con ojos de cordero degollado y yo claro, me quedaba inmóvil. Porque al principio me daba miedo. ¿Que hace ésta en mi cama? Pensaba yo. Pero a medida que sus apariciones se iban repitiendo, le fui perdiendo el miedo y me acostumbré a su presencia. A veces también aparecía por la mañana. Sonaba el despertador que me había puesto para salir a caminar por la playa y al girarme para apagarlo, ahí estaba la gorda de nuevo. Henchida, relleni...
Escribo sobre la vida. Reflexiones, pensamientos, ideas que cruzan por mi mente, viajes, anécdotas, aventuras...